martes, 5 de abril de 2011

EL NEGRO Y EL MAR

El viejo sentado frente al mar contempla las olas, ve desde que se forman en el horizonte, como chocan unas con otras, se unen, se alzan y rompen contra la costa. Se levanta y regresa a la aldea, arrastra los pies al andar y se apoya en un bastón que en parte es el cañón de una vieja arma. M’dou es un negro viejo, muy viejo, pero no siempre M’dou fue un negro viejo; antes que llegaran los blancos a la costa y trajeran las armas de fuego. Antes incluso, de que M’dou fuera un guerrero fuerte y victorioso, era un joven más de la tribu, con sueños como cualquier otro negro que desde que nació sólo había visto monte y animales salvajes, y alguna que otra vez el mar, cuando iban a buscar sal a la costa. Después las cosas cambiaron, a él le gustaban las armas, su jabalina era la más aguzada de todas las que se arrojaban en la selva, su arco era poderoso, de la madera más fuerte y flexible, y sus flechas realizaban un vuelo perfecto, cuando los blancos le enseñaron a usar las armas que traían, el joven guerrero descubrió un mundo que lo sedujo. Conocía su poder y se dio a la tarea de ejercerlo. Era sencillo, antes los guerreros de su tribu mataban a todos los varones de las tribus vecinas derrotadas, y violaban a cuanta hembra encontraban a su paso, ahora los blancos les proponían un negocio, nada de matar a los prisioneros ni violar mujeres, los blancos se los llevarían a un viaje sin regreso y además, les pagarían por ello. Pronto se quedaron sin vecinos y tuvieron que salir a encontrarlos más adentro, a donde nunca habían ido porque los mayores contaban historias de bestias feroces que devoraban hombres. Pero pensar que con la recompensa por la cacería serían más las mujeres que podrían obtener, les hacía más valientes. Además, tenían las armas de fuego. Un día que los guerreros regresaron con su carga de esclavos para vender, no fueron recibidos por la tribu, nadie salió a festejar con ellos, ni los niños que siempre eran los primeros, ni las mujeres. La aldea estaba desierta, algunas hogueras humeaban aún, pero ni un sonido salía de las chozas de barro. Los hombres corrieron a la costa, ni un barco se veía por todo aquello, a M’dou le pareció ver una vela en el horizonte, pero duró tan poco que no estaba seguro si había sido una nube. Regresaron donde habían dejado a los prisioneros. Mataron a todos los varones, como hacían antes, y tomaron a las hembras por esposas sin que estas hicieran resistencia, como antes. La Habana, 4 de abril de 2011

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