martes, 12 de abril de 2011

PRESENTE


-¿Cuándo podré irme del solar? José se levanta cada mañana pensando que quizás ese sea su último día en aquel lugar donde aprendió a caminar, jugar con los amigos, y fajarse por un juego de bolas. Está cansado de esperar turno para bañarse en el baño colectivo, de lavarse los dientes en el lavadero colectivo y de los toques de santo que sin ser colectivos de todos modos él participa, aunque esté encerrado en su cuarto.

Al cuarto original se le había agregado otro cuando el vecino que vivía solo se ahorcó, ahora con la barbacoa, podía disfrutar de cierta privacidad, pero todavía es un cuarto en un solar de la Habana Vieja..

Cuando toca el agua, la zona se convierte en un casco histérico con los aguadores arrastrando carretillas, todas las mujeres lavando a la vez y las aguas albañales corriendo por las calles mezcladas con el agua que derraman las pipas.

El padre de José era el que cargaba el agua, pero se fue un día nadie sabe a dónde, y dejó atrás a la madre con cuatro muchachos. Dicen que era un buen hombre, aunque cuando llegaba pasado de tragos a veces se le iba la mano y cogía golpes todo el mundo, la madre la mayor parte. En esos momentos el cuarto se hacía demasiado pequeño para una familia tan numerosa.

Ahora José carga el agua porque es el mayor de los varones, los demás se ocupan de hacer los mandados y cualquier otra tarea doméstica. La necesidad los ha hecho solidarios y forman un verdadero clan. La madre cuida de que no falten a la escuela, cree que si estudian duro, algún día podrán vivir en otro lugar que no sea un solar, y cree que si sus negritos se esfuerzan no van a pasar tanto trabajo como ella.

La mamá de José es creyente, tiene un pequeño altar en el cuarto con una imagen de la Virgen de La Caridad, “Cachita”, como ella le dice en confianza cuando están las dos solas, y le prende una vela para que proteja a su familia de los malos vecinos, de la policía, de los maestros emergentes y hasta del bodeguero que les roba algunas onzas de la magra cuota que reciben cada mes.

Los ruegos incluyen al padre de los muchachos, que donde quiera que esté, la Virgen lo cuide, a fin de cuentas fueron muchos años juntos en las buenas y en las malas. Lo único que le reprocha es que no haya noticias suyas; si se fue con otra mujer, o salió del país, que era lo que siempre decía que un día iba a hacer porque ya estaba hasta aquí. Y sí, a lo mejor eso fue lo que hizo y habrá que esperar a ver si se acuerda de los que dejó atrás, si es que llegó, que la Virgen lo ampare.

José se sienta en el muro del Malecón y contempla las olas.

La Habana, 6 de abril de 2011

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