martes, 14 de febrero de 2012

Dolor (cuento)

Ya casi está. Con cuatro cámaras de camión y la barbacoa que hubo que desarmar porque no aparecía la madera. Esto no será el Queen Mary, pero va a cualquier parte. Los envases para el agua hay que fregarlos bien para que no les queden residuos de salfumán o cloro.

Las mujeres y los niños saldrán en el Chevrolet del Gordo a las dos de la mañana, los demás, detrás, en el Lada de Raulito. A esa hora la Quinta Avenida está desierta, así que no habrá problemas para llegar a la costa.



Se escucha el ruido de las olas contra las rocas. Los seis hombres se disponen a echar al agua la rústica embarcación, mientras, las tres mujeres se mantienen agazapadas cuidando de los cuatro niños, que no se pierden ni un detalle a pesar que la hora de irse a la cama pasó hace rato.

Al fin terminan de subir las bolsas de galleta y los galones de agua. No hace falta más, el viaje es corto y no deben llevar demasiado peso. Aunque la balsa es grande para trece personas, no hay que abusar, si el mar se pone majadero nunca se sabe.



El guarda frontera observa detenidamente el movimiento del grupo, ya comunicó por radio la detección de una salida ilegal del territorio nacional. Le ordenaron no intervenir y mantenerse atento a los acontecimientos, sólo informar cuando se produjera la entrada de la embarcación al agua.



En la base aérea hay movimiento. Alerta máxima. La tripulación del helicóptero MI-8 aborda el aparato. Tropiezan con unos sacos de arena. Cuando ya están en sus puestos, comienzan a girar las hélices y pronto alza el vuelo buscando la oscuridad del mar.



La balsa está en el agua, flota bien, es fuerte y liviana. Cuatro hombres empuñan los remos, no es fácil alejarse de la orilla, pero poco a poco lo logran, ya no corren el riesgo de ser arrojados contra los arrecifes y es ahora cuando los niños se dejan vencer por el cansancio. Ya pueden hablar en voz alta, aunque no mucho, porque el silencio reinante puede hacer que sus voces se oigan bastante lejos. Apenas pueden verse las luces de la avenida por momentos, cuando las olas levantan las cámaras forradas de madera, después, oscuridad, ni el agua se ve de tan oscura que está la noche, se oye sonar contra los bordes y se sienten las salpicaduras.



El guardia reporta que ya la balsa navega con su carga humana, informa al detalle el número de hombres, mujeres y niños que la componen. De todos modos, se mantiene expectante oteando el horizonte. Sus ojos están adiestrados para penetrar la oscuridad, le gusta estar solo con el mar enfrente y el cielo sobre él, y él de pie sobre el diente de perro, comido por los mosquitos.



El helicóptero lleva el potente reflector encendido y a su paso abre un surco en la oscuridad, el cono de luz busca la balsa en la superficie. Es más fácil buscar una balsa en alta mar que una aguja en un pajar, y allá está, mecida por las olas del Estrecho de La Florida.



-Parece el ruido de un helicóptero.

-Que helicóptero ni que ocho cuartos a esta hora. _

-¡Mira aquella luz!, nos está alumbrando.

-¡Esto se jodió!, ahora mandan a buscar la lancha de guarda fronteras y pa’trás.

-Vamos a ver, a lo mejor no nos han visto y escapamos.

-¡Que no nos han visto!, si vienen derecho pa’rriba de nosotros.



El guarda fronteras ve como el helicóptero pasa veloz sobre su cabeza, allá va.



La orden llega de la base o quién sabe de dónde, pero está clara. El aparato sobrevuela la embarcación y se aleja ganando altura.



-Viste, se van, ya nos marcaron.

-Se van de qué, ahí viene otra vez.

-¿Qué coño es eso?, están tirando algo.¡Agarra a los niños cojones!



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