martes, 16 de julio de 2013

Otro Agujerito en el Muro.

 

Como ocurrió en el caso del marabú, el Presidente se acaba de enterar que los niveles de corrupción y mala educación entre la población cubana son olímpicos. Lo que la prensa independiente se ha encargado de denunciar durante decenios y  últimamente algunos amigos ingenuos del régimen, hoy forma parte de otra campaña en la que los gobernantes se quitan de encima la responsabilidad, y como por arte de magia hacen aparecer ante la opinión pública los efectos como  causas. Los  valores éticos y las buenas costumbres fueron declarados valores y costumbres burguesas y por ende, proscrita su práctica por ser contrarios a los principios revolucionarios y marxistas leninistas. La acción concertada de todos los factores sociales será inútil cuando los encargados de revertir los males son ellos mismos portadores de estos.
Entre las transformaciones que el proceso iniciado el 1° de enero de 1959 ha traído a Cuba, están precisamente estas,  que junto a la improductividad, conforman el modelo socialista cubano. En los primeros años de la República se hizo famosa una frase muy afín con el sentido moral imperante en la época, “Tiburón se baña, pero salpica”, en la Cuba de hoy, los tiburones son muchos, y las salpicaduras alcanzan todos los niveles de la sociedad.
De ahí que a partir del acceso al trono de Castro II, los decapitados por corrupción se cuenten por decenas entre la dirigencia partidista, y pueden estar seguros que la saga de delincuentes de cuello blanco continuará, pues no es la falta de control ni la indisciplina social lo que provoca la malversación, sino el mal ejemplo, la miseria imperante y la falta de transparencia.
Los delitos de carácter económico ocupan los primeros lugares en la tasa de criminalidad del país, y no puede ser de otro modo en un lugar donde hay un único dueño al que todos se sienten con derecho a arrebatarle algo de lo usurpado, vaya, algo así como aquello de que “ladrón que roba a otro ladrón tiene cien años de perdón”.
Este dueño acaba de declarar en la voz del obeso vicepresidente del Consejo de Ministros, Marino Murillo Jorge, que “el 81% de la tierra es propiedad del pueblo, representado por el Estado” (sic, versión taquigráfica del diario Granma).  Expresión más cínica es difícil de hallar en el discurso de un dirigente, aunque es habitual entre los jefes en Cuba. Hace años, en una asamblea de servicios donde uno de los temas a debate era la calidad de la comida en el comedor obrero, el representante de la administración en la mesa, sostuvo que el almuerzo ofertado  sí era opcional aunque el menú consistiera solo en huevo frito, chícharos y arroz. La opción para este personaje consistía en que el trabajador era libre de decidir si se lo comía o no.
El Presidente cubano, en su discurso ante la Asamblea Nacional, no ha hecho otra cosa que repetir lo que aparece a diario en la prensa independiente, aunque sin dar el crédito de las denuncias a los llamados “mercenarios”, ¿de dónde sino extrae la información que los periodistas oficiales no se atreven o no les es permitido publicar?
Ahora los cubanos deben prepararse para otra ofensiva revolucionaria en la que decir coño puede ser penado o merecer aunque sea un mitin de repudio (sin malas palabras, por supuesto), y salir del aula con un mocho de tiza en el bolsillo puede conllevar la expulsión del sistema de educación.

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