martes, 28 de octubre de 2014

Una Infancia Revolucionaria.




        


Mi vida está marcada con la imagen y los discursos de Fidel Castro, cuando los barbudos entraron a La Habana, yo tenía ocho años de edad, o sea, que a esa temprana edad lo vi por primera vez, trepado en un vehículo militar disfrutaba la aclamación del pueblo que lo saludaba con banderitas cubanas y del 26 de julio.
De inmediato vinieron los discursos en el Palacio Presidencial que pronto dejó de ser suficiente, por lo que se mudó para la Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución. Cuando había discurso la gente iba hasta con agua y merienda porque eran  jornadas maratónicos de horas y horas de hablar sin parar.
Las comparecencias ante la televisión no se quedaban detrás en cuanto a verborrea y poses. Pero la televisión no era solo discursos, también se televisaban fusilamientos y juicios como el de Sosa Bravo y el de un personaje controvertido conocido por,  Marquito, el cual fue traído desde México  y acusado de delatar a unos revolucionarios muertos en un tiroteo  con fuerzas policiales de la anterior dictadura.
Recuerdo al líder máximo cuando anunció su renuncia-golpe de estado al Presidente Urrutia, el que dicho sea de paso, no había sido electo sino designado; sus ofensas a José Figueres, Presidente de Costa Rica, al cual le endilgó el mote de Pepe Cachucha; a Logendio, embajador de España, lo calificó de burro; al argelino Abdelafiz Bouteflica le parodió el nombre y le cantó buteflí-buteflá cuando este derrocó a Ben Bela; se refirió a Mao Tse Dong como viejo chocho, a Carter le llamó manisero y mostró en público toda su descompostura con Gorbachov, Vicente Fox y Mario Vázquez Raña por aquello de los Juegos Panamericanos.
En todos esos años lo vi anunciar proyectos económicos y condenas a  muerte, fracasos y guerras, ollas de presión y chocolate en polvo, aumentos salariales y catástrofes ecológicas. En cada evento de cierta envergadura tenía que aparecer, hasta en los velorios tenía el  protagonismo, mientras  el muerto debía conformarse con un papel secundario.
Todavía hoy, a pesar de que su figura no está apta para ser televisada, se le ve en alguna que otra fotografía y aparecen a su firma ciertos escritos incoherentes que en algo recuerdan su manera de expresarse  cantinflesca y  resentida.
No obstante, aún se le puede ver  reproducido en cada dirigente que copia sus poses, su manera de hablar y hasta los desplantes y groserías con que pretenden encubrir su ineptitud. Hace pocos días uno de estos, al anunciar festinadamente ante un auditorio  muy oficial que los resultados de las reformas raulistas se verían para el 2030, recibió  la repulsa  de los presentes, algo desacostumbrado. La respuesta de este señor fue golpear la mesa para hacer callar a los atónitos y revolucionarios inconformes, vaya manera de practicar el debate y la crítica, el comandante estaría orgulloso de ver que su mal ejemplo es seguido por este energúmeno casi sesenta años después de su entrada triunfal en La Habana.


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