lunes, 18 de mayo de 2015

El Ministro en su laberinto.


Publicado en Amanecer Habanero
Ante la demora en la implementación de los acuerdos comerciales suscritos entre Cuba y Rusia, el Ministro Cabrisas se va de viaje. Ni las inversiones prometidas ni venta de equipos ni préstamos, no obstante, ahora los rusos quieren vender armamento moderno al gobierno cubano, cuando hace menos falta que nunca porque si antes de Obama los americanos hacía muchos años que no le tiraban a los Castro ni una trompetilla, ¿a que vienen esas armas en plena luna de miel?
Por tres décadas Cuba fue el hijo mimado de la Unión Soviética, socio privilegiado con precios siempre favorables para el principal y casi único producto salido de la isla además del níquel. Los soviéticos nunca fueron grandes consumidores de los finos habanos ni de los rones cubanos, a fin de cuentas, ellos tenían sus propios cigarrillos con boquilla de cartón hechos para pulmones y gargantas blindados, y su producción de vodka siempre fue abundante.
La importancia de la mayor de las Antillas para la patria de Stalin era más política y militar que económica o comercial. Los soviéticos bien podían pasárselas sin azúcar, pero no sin un enclave estratégico frente a las costas de su principal enemigo, y esto merecía algún sacrificio, aunque fuera a riesgo de que la diabetes se convirtiera en la enfermedad oficial del imperio.
A cambio de azúcar y níquel y tener una base de submarinos, un centro de espionaje y alguna que otra base militar, Cuba recibía alimentos, armas, tractores, fertilizantes, combustible, fábricas y maquinarias, asesoramiento técnico y todo lo demás que necesita un país para funcionar. Hasta misiles nucleares y una constitución dieron los soviéticos a  Cuba, cierto que los misiles eran prestados, aunque aquí se los hayan creído en serio.
Como los tiempos han cambiado, hoy el Ministro cubano Ricardo Cabrisas deambula por oscuros rincones de Rusia y escucha las ofertas de venta de los capitalistas salvajes en que se han convertido los antiguos camaradas; camiones, helicópteros, tecnología rusa de transporte y comunicaciones, etc.
A cambio, Cabrisas lleva una cartera repleta de quejas y peticiones; que si no compran ron ni tabaco, que si los turistas rusos cada vez vienen menos por la isla y se pierden el sol y los malos tratos que reciben en las instalaciones hoteleras, que si los rusos no se quieren atender las úlceras del pie con el Heberprot-P, que si los mariscos del Caribe son más mariscos que los del Caspio, en fin, que los rusos aparentemente no toman en serio el comercio con un país que tiene poco que vender y menos aún con que pagar lo que compren. ¿Cuántas langostas por un helicóptero? ¿Cuántas botellas de Havana Club y cuantas cajas de Cohiba valdrá un camión ruso? ¿Serán las mismas langostas prometidas a los americanos las que el ministro cubano quiere vender a Moscú? ¿Habrá Cohibas para todos?
La condonación de la gigantesca deuda que Cuba tenía con la Federación Rusa, heredera de la extinta URSS, es el recordatorio para los nuevos socios capitalistas de que en el gobierno cubano no se puede confiar, ni un tantico así.
Quizás si en lugar de ser un ministro, la visita a los empresarios de aquel país la realizaran empresarios privados cubanos, los “bolos”, como cariñosa o despectivamente eran llamados según las circunstancias, se relajarían.
De ahí la gran probabilidad de que el Ministro Cabrisas traiga a su regreso un contenedor de promesas rusas, unas palmaditas afectuosas y muy poco de lo que fue a buscar, porque los rusos tienen sus propios problemas y no están para nostalgias ni amores idos. Tú ganas y yo gano, dicen los chinos; negocios son negocios, enseñan en otras partes del mundo; ayúdame, ayúdame, dicen los gobernantes cubanos ahogándose en sus propios fracasos.




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