lunes, 18 de mayo de 2015

Resucitar el pasado.


Publicado en DDC
Aunque parezca increíble, el modelo económico que pretende imponerse en esta Cuba del siglo XXI, data de los comienzos del siglo pasado. Su antecedente es la llamada nueva política económica (NEP), propuesta por Lenin cuando los primeros pasos del socialismo real eran demasiado tambaleantes y el hambre, eterna compañera de ese sistema, amenazaba con  no dejar un ruso vivo. Después llegó Stalin y aquello quedó en el olvido.
Lleno de entusiasmo, un periodista del diario Granma canta loas al líder bolchevique y a su seguidor en las Antillas, y presenta como algo novedoso lo que no fue más que una medida de emergencia encaminada a enfrentar errores previos de cualquier modo consustanciales al sistema y por ende inevitables.
La idea  de que el Estado sea el único propietario de los medios de producción lo convierte de hecho en dueño de los propios trabajadores. Esta fue una idea que pudo parecerle buena en 1920 a Vladimir Ilich, pero exhumarla casi cien años después es sencillamente necrofilia. Que la experiencia estalinista  aplicada en Cuba haya resultado un absoluto fracaso, no valida a la nueva política económica de Lenin que de nueva no tiene nada.
El Estado ha demostrado en toda época y lugar ser un pésimo administrador y el asunto va más allá de posiciones ideológicas, se trata de la corrupción institucional que genera al estilo de las empresas Aero Caribbean  y Rio Zaza en Cuba, y Petrobras en Brasil, y dejo la lista ahí para no aburrir. Cuando se dice que el pueblo es propietario de  los medios de producción, el administrador de esos medios se lo cree, y en nombre del pueblo se siente en el derecho de disponer de ellos a su antojo, generalmente para su propio beneficio o por simple populismo.
Lo anterior ha sido la norma, ningún sistema de control por bien concebido que sea puede evitar que el robo, el soborno, la prevaricación, el cohecho, y demás delitos derivados de la falta de transparencia del sistema, y la impunidad de los dirigentes, continúen golpeando la economía y la moral de la sociedad.
En realidad, es tan engorroso lograr en nuestro país algún resultado económico medianamente aceptable, que las sustituciones, demociones, truenes y defenestraciones, son una práctica habitual y aceptada por los administradores y demás dirigentes de organismos y empresas estatales como obra del destino. Ni siquiera la posibilidad de ir a prisión logra inhibir a los malversadores y mil cursos de economía no son suficientes para hacer que funcione lo que nació disfuncional en 1917.
Las quince repúblicas soviéticas, la decena de países satélites del este de Europa, la China comunista, Vietnam y Yugoslavia, tuvieron que sacudirse de encima el sistema de economía estatal centralizada para salir del subdesarrollo tercermundista en que se encontraban durante la gloriosa época de la construcción del paraíso en la tierra. Los países cuyos líderes siguen con empecinamiento las banderas del marxismo-leninismo (Corea del Norte y Cuba), son ejemplo vivo de lo que no se debe hacer, ambos países superviven gracias a la ayuda suministrada por amigos y enemigos capitalistas.
Venezuela, inducida al socialismo real por el campeón de los planes económicos fracasados, se enfrenta a su versión andina del periodo especial para tiempos de paz y para no ser original, culpa del desastre  a los especuladores, a los capitalistas vende patria, a los políticos traidores, al grupúsculo integrado por el 49% de los venezolanos que no votó por el socialismo, a la contrarrevolución, a la OEA y por qué no, al imperio del norte que antes compraba el petróleo caro y ahora lo compra barato.
Da escalofríos que hoy se plantee como cosa seria, que el pensamiento económico de Lenin, está presente en la actualización del modelo económico cubano. A falta de nuevas ideas, el gobernante y su corte prefieren repetir el libreto de más socialismo con todo el daño que conlleva.
Ni la rectificación de errores y tendencias negativas, ni la actualización del modelo ni cualquier otro ensayo que se les ocurra, sin importar que nombre quieran ponerle, van a resolver el problema principal que es la falta de libertad de las fuerzas productivas, el aplastamiento de los emprendedores por la maquinaria estatal y la carencia de liderazgo real de las nuevas generaciones, imposibilitadas de conocer como se mueve el mundo del siglo XXI y sin facultades para escoger su futuro por estar atados a un pasado que nunca fue mejor.


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