Aspillaga fue un oficial de la inteligencia cubana que desertó en un país europeo, y puso a correr a sus colegas, cuando les dio plazo para denunciar la presencia de todos ellos en las estaciones de espionaje del gobierno cubano en el viejo continente.
Aquello trascendió y Aspillaga fue declarado enemigo “no público” número uno, por el régimen de La Habana. Fue localizado y se planificó ejecutarlo, entiéndase asesinarlo, para castigar al lengüilargo.
Un día, el órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba publicó en varias de sus páginas un reportaje con lujo de detalles sobre la planificación, puesta en marcha y ejecución del operativo en que se daba muerte, en plena vía pública, al traidor.
Sin juicio, sin oportunidad de defenderse en un proceso penal civilizado y justo de acuerdo con las leyes cubanas, así fue como se trató el caso Aspillaga, sin contemplaciones, un ex compañero de armas fue designado para matarlo.
Después de hacerse público el operativo homicida, cuando las cosas se enfriaron, resultó que todo no había sido más que un fiasco de la Seguridad del Estado cubana, no hubo muerto, y eso no le gustó al gobernante, por lo que de inmediato “se tomaron medidas” con el o los responsables de perdonarle la vida a Aspillaga y haberle tomado el pelo al alto mando.
Hoy, leemos en ese mismo órgano de prensa que el Presidente de los Estados Unidos logró la liquidación quirúrgica del homicida múltiple Osama Bin Laden, y el ex gobernante cubano o quien escribe por él, se deshace en lamentos y acusaciones.
¿Será que siente algo de simpatía por el criminal que enlutó Norteamérica? ¿Será un poquito de envidia o celo profesional, por la limpieza y efectividad de la acción? Como quiera que sea, hay un criminal menos en el mundo, y Aspillaga, anda por ahí.
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