A la prensa nacional le ha dado por usar la expresión “terrorismo mediático”, con la connotación de algo delictivo y siniestro. De hecho, el terrorismo mediático existe; la penetración no autorizada en cuentas y sitios ajenos, el robo de identidad, la creación y difusión de virus informáticos, son actividades que pueden producir daños materiales y económicos, incluso, hasta inocentes video juegos crean traumas psíquicos en niños y jóvenes, lo que puede llevarlos a la comisión de delitos o al suicidio; así mismo, los medios modernos de comunicación basados en Internet, se prestan a actos tan repudiables como la pornografía infantil y la incitación a la violencia y el racismo.
Todos estarán de acuerdo, en que el sistema legal de cada país y el derecho internacional, deben recoger medidas coercitivas que limiten el efecto nocivo que el mal uso de Internet causa a nivel global, pero de ahí, a considerar terrorismo mediático el libre flujo de la información y las comunicaciones, hay un largo trecho. El uso del correo electrónico, Google, Facebook, Twitter, Youtube, Wikipedia y demás medios que facilitan y estimulan las relaciones interpersonales y el desarrollo del conocimiento universal, no es para nada peligroso o desestabilizador en sociedades normales.
Decir eso, es estar de acuerdo con la quema de la Biblioteca de Alejandría, con la persecución de los cristianos en la antigua Roma, con el oscurantismo de la Edad Media y la Santa Inquisición, con el juicio a Galileo y la muerte de Giordano Bruno en la hoguera. Es aprobar el régimen comunista, genocida y retrógrado de Pol Pot en Kampuchea Democrática, con su quema de libros, cierre de universidades y ejecución de intelectuales.
Los países que en los últimos años han sufrido grandes conmociones sociales, no son precisamente los de mayor conectividad a Internet, o los que más usan la telefonía celular. Todos, sin excepción, se caracterizan por haber sido gobernados por regímenes despóticos anclados en el poder por decenios.
Las revueltas ciudadanas en los países árabes y la consiguiente caída de sus gobernantes, se deben a la falta de libertad, a la violación consuetudinaria de los derechos humanos, a las diferencias sociales cada vez más profundas entre la clase dirigente y el pueblo, y a la toma de conciencia de una significativa cantidad de jóvenes que lideraron los movimientos.
En los países donde el uso de Internet, computadoras y teléfonos celulares está más extendido, las protestas sociales no degeneran en guerras civiles; existen mecanismos cívicos para demandar y cambiar a los gobernantes si es preciso. Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte no llegaron a conocer siquiera la radio o el teléfono.
El gobierno cubano, en su paranoico afán de mantener el monopolio de la información y las comunicaciones, se atreve a tildar de ilegales los servicios gratuitos de Internet que facilita la Oficina de Intereses de los Estados Unidos a todo el que lo necesite, sin otro requisito que el usuario conozca el manejo del equipo.
En todo el mundo se impone cada vez más el uso de sistemas de conexión inalámbrica brindados de forma gratuita, pero los gobernantes cubanos se espantan ante la idea de una laptop con Wi Fi en las manos de un ama de casa o un estudiante.
Al decir del señor Presidente de la Asamblea Nacional, “si a todos los habitantes del planeta se les ocurriera conectarse a Internet de forma inalámbrica, el éter se congestionaría”,… o todos serían terroristas”.
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