Los jóvenes fueron convocados a guarachear con
derroche de decibeles en el Malecón habanero. En medio de una confusión de
eventos donde algunos adoraron a Ochún,
la santa diosa de los más liberales en lo que a impulsos sexuales se refiere;
otros celebraron por todo lo alto el encarcelamiento de los cinco espías, que
se estarán preguntando a estas horas por qué los jóvenes en Cuba estaban tan
alegres mientras ellos siguen presos; el
golpe de estado a Salvador Allende en Chile y
la aciaga fecha del derribo de las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva
York también fueron celebrados en la misma estruendosa y televisada festividad.
¿Se habrán vuelto locos los organizadores
de semejante disparate?, o ¿es que en este país ya no hay lugar para la
sensatez y todos los esfuerzos se vuelcan en demostrar que la alegría, el buen
humor y la música acompañarán a los cubanos por más luctuosas que sean las
circunstancias? Tenían razón entonces los organizadores de aquella fiestecita
que entre tragos y risas esperaban la muerte del jefe supremo, mientras hacían
planes para la sucesión.
Al pueblo pan y circo, diría el emperador
romano, y a falta de pan suficiente, pues, más circo. Entre conmemoraciones y
discursos ha transcurrido la vida de cuatro generaciones de cubanos, ya los
discursos están agotados, pero quedan las marchas por la victoria, las
celebraciones de efemérides y la
inalcanzable zanahoria socialista.
Para los gobernantes cubanos sería bueno
que los Juegos Olímpicos y los Campeonatos Mundiales de cualquier deporte
fueran anuales, y la serie nacional de pelota durara once meses, la televisión
y las fiestas populares son drogas que no permiten el uso adecuado del cerebro a
gran cantidad de personas que prefieren enajenarse a buscarse problemas, y se
visten de amarillo cobarde para no señalarse.
(Publicado en Primavera Digital)
No hay comentarios:
Publicar un comentario