martes, 6 de septiembre de 2011

Enemigos de Nuevo Tipo



Después de más de medio siglo de triunfalismo e intolerancia, la máxima dirección del país pretende que sus más fieles seguidores, los ineptos no pensantes y hala levas de siempre, cambien el rumbo de su obediencia supina y acomodaticia y acepten como bueno lo que desde siempre han tenido por perversiones antipatrióticas.

Desde el propio año 1959, se institucionalizó la persecución de religiosos, homosexuales, empresarios privados y libre pensadores, por ser lacras que estorbaban la construcción de la sociedad socialista, preámbulo del comunismo preconizado por Lenin.

Es en extremo difícil para cualquier seguidor fiel de las enseñanzas de Marx, Lenin, Mao, Stalin, Pol Pot y Fidel Castro, convencerse de que las categorías antes mencionadas están formadas por seres humanos tan dignos como el que más y con iguales derechos, aunque no sean militantes del Partido Comunista y defensores a ultranza de cuanto disparate haya salido de la mente de un máximo líder.

Por mucho que Mariela Castro y comparsa se afanen en la promoción de los homosexuales, a pesar del gesto valiente y mediático de Wendy Iriepa y su flamante esposo Ignacio, y la presencia de algún que otro homosexual de rango, la sociedad cubana es profundamente machista, y eso no va a cambiar por decreto.

De la religión y los religiosos, qué decir; oficial, filosófica y visceralmente, el marxismo-leninismo es antagónico a la creencia en Dios, lo niega, lo repudia, el verdadero comunista no concibe tener sentado a su lado en la reunión del núcleo a un religioso de ninguna denominación, han sido instruidos desde siempre en el concepto de que “la religión es el opio de los pueblos”, “las religiones fueron creadas para someter al proletariado”, “las iglesias obedecen a la clase explotadora”, y así toda suerte de sandeces incitadoras al odio y a la creación de una mentalidad materialista en el peor sentido de esta palabra.

Lo mismo ocurre con los empresarios privados, aquí llamados “cuentapropistas”, (como para recordar a Orwell). En Cuba se estatizó, confiscó, expropió o como quiera que se le llame, toda propiedad privada, los ripios perdonados cambiaron su nombre, (otra vez Orwell), y se convirtieron en “propiedad individual”.

Para los revolucionarios-comunistas-fidelistas, los culpables de todos los males habidos y por haber, eran los propietarios, y por ende, esa fue la primera lacra erradicada por la revolución para desgracia de la economía nacional. Cualquier asomo de independencia laboral y económica fue ejemplarmente perseguido y sancionado, (tómese como ejemplo la recordada “Operación Adoquín”, donde, como colofón a la arbitrariedad, el acusado asistido de letrado era merecedor de privación de libertad y el que no, sólo era multado).

Pero donde llega al clímax la falta de decencia, es en la pretensión de que las personas se expresen con libertad sobre los asuntos que conciernen al país. Es precisamente en este aspecto donde más se ha lucido la intolerancia del régimen durante casi cincuenta y tres años. Los presos, fusilados y expulsados de Cuba por apartarse del discurso oficial, suman muchos miles, tantos, que la forma preferida por los cubanos para expresar su disconformidad ha sido el exilio, por suicida o loco que pudiera parecer el medio utilizado.

Los alegatos, advertencias y amenazas raulistas contra los comunistas consecuentes, revolucionarios fieles y fidelistas convencidos que se oponen a los cambios que no les gustan, no entienden y mucho menos les convienen, no servirán de nada, todo no es más que fariseísmo oportunista ante el evidente fracaso de un proceso tan fatigado como sus líderes, pasados de la edad de retiro hace bastante tiempo.

Para ser creíble, el señor Presidente debe empezar por ordenar la suspensión de las golpizas, machetazos (que pueden convertirse en derrame cerebral, recordar a Soto), actos de repudio, encarcelamientos injustificados y descalificación de la disidencia; despenalizar el Código Penal en todo cuanto coarte la libertad de expresión, asociación, reunión y manifestación; derogar la Ley 88; emitir una nueva Ley Electoral que permita al pueblo elegir verdaderamente a sus gobernantes sin mediación de las comisiones electorales y que elimine las cuotas que garantizan al Partido Comunista una mayoría automática en las asambleas del Poder Popular; eliminar el artículo 5 de la Constitución de la República que convierte a un partido de medio millón de miembros, (de los cuales sólo cuentan doce), en el órgano supremo de una nación que sobrepasa los once millones de habitantes; y por último, ratificar de una vez los Pactos Internacionales sobre Derechos Civiles, Políticos y Económicos. Así, empezarían los verdaderos cambios.



hildebrando.chaviano@yahoo.com

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