Cuando los castro-comunistas nostálgicos hablan de perfeccionar “nuestro socialismo”, se supone que se refieran, entre otras cosas: a lograr una agricultura aún más improductiva, un mayor nivel de corrupción entre los dirigentes revolucionarios, más villas miseria en la periferia de las ciudades, más indigentes en las calles, menos médicos y medicamentos que solidariamente se les envían a los países hermanos, un millón más de desempleados, producto de un reordenamiento laboral que los trabajadores del país del pleno empleo no entienden, los hospitales destartalados, menos productos en los mercados, más represión, más churre y menos libertades ciudadanas (si es esto posible), pero eso sí; habrá abundancia de marchas combatientes, mítines de repudio y votaciones multitudinarias.
Este es el perfeccionamiento que nos espera de este socialismo nuevo y autóctono, que es igualito a los demás socialismos desprestigiados y felizmente desaparecidos. Los chinos y los vietnamitas aprendieron en el camino a construir un capitalismo mondo y lirondo, sin nada que envidiarle al de su vecino Japón, al de Europa y, quien lo diría, al de los mismísimos Estados Unidos. Lo único que se les podría señalar es que tienen la democracia como asignatura pendiente.
Si los dirigentes cubanos quisieran de verdad, sacar a Cuba del pantano en que la han hundido, se dejarían de tanto infantilismo izquierdista y de aferramiento obtuso al poder. El régimen cubano actúa como un inmenso monopolio que impide todo desarrollo, y la situación de la Cuba actual es idéntica, sino peor, que la Cuba sometida al coloniaje español. La libertad no constituye una categoría ideológica, es el fundamento mismo del desarrollo del ser humano y de los países.
El resultado de este tipo de monopolio del más puro estilo colonial en lo político y en lo económico, podría ser un estallido social que llevaría a los gobernantes a perderlo todo por no haber querido o sabido realizar a tiempo los cambios exigidos por la sociedad, o algo tan desastroso para una nación como la abulia haitiana, donde ni los terremotos son capaces de sacarlos del callejón flanqueado por el exilio y la conformidad.
La lectura incompleta de algunos folletos marxistas, sumada a la personalidad caudillista de ciertos líderes, les convierte en los mesías predeterminados para salvar a los pueblos de no se sabe que, porque aunque son críticos acérrimos de la economía de mercado, no dejan de reconocer que aquella es productiva, y no tienen pudor en demandar de los señores capitalistas que los ayuden a construir el socialismo.
De cualquier forma, si algo se aprendió en las lecciones de historia, es que ninguna tiranía ha sido eterna por muy marxista que haya pretendido ser.
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