Hay quienes durante toda su vida no hacen otra cosa que causar problemas. Son capaces de promover o involucrarse en cuanto proyecto descabellado les venga a mano, con la única intención de aparecer en los primeros planos. No importa si el resultado es una bronca callejera, una guerra nuclear, o un papelazo descomunal.
Aún cuando de jóvenes pueden parecer inteligentes y osados, ya de mayores se aprecia que su inteligencia es repetición incansable de cosas aprendidas aquí y allá, a veces sin relación coherente entre ellas, y la osadía es una fanfarronería rampante que nadie respeta. Lo que no pierden nunca es la vocación enfermiza por los primeros planos; si van a una boda tienen que ser necesariamente el novio o la novia, si es un velorio, envidian al muerto con toda la fuerza de su egocentrismo.
Esta actitud es preocupación constante para los que rodean a este tipo de personaje, pues deben estar pendientes de cada capricho, idea genial o malas ideas que su mente febril de a luz, aborte o vomite, en sucesión interminable de errores y rectificaciones. Para los que no le son cercanos, todo se les convierte en desgracias, involucrados a gusto o por fuerza en el remolino que lo absorbe todo y lo destruye todo a su paso.
Ya ancianos, se resisten a dejar de ser y se aferran balbuceantes a los restos de lo que un día fue, dicen que un proyecto, una utopía o un disparate, como quiera que sea, son parte de la historia. Sólo quedan los sueños convertidos en pesadillas y los héroes en villanos. De cualquier forma, de las mayores calamidades los pueblos siempre se reponen, sean huracanes, terremotos o tiranos.
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