Control, disciplina y exigencia parecen ser las tres palabras mágicas a cuyo conjuro todo comenzará a salir bien; de pronto los agro mercados se abarrotan de productos, todos los niños toman leche aunque hayan cumplido siete años, regresa la carne de vacuno a la dieta de los cubanos, los estudiantes reciben clases de calidad y los padres no tienen que disponer de sus ahorros para pagar maestros particulares o el aprobado.
Al son de este revolucionario “Abracadabra”, dirigentes, periodistas, crédulos de todo tipo y oportunistas, se desgastan en un esfuerzo que no tiene nada de novedoso. Durante la etapa colonial esclavista que conoció esta isla hasta finales del siglo XIX, la política de barracón, látigo y mayoral se ajustaba muy bien a estos términos hoy de moda.
El control, la disciplina y la exigencia del régimen despótico español, no se tradujo en mayor productividad de los esclavos, tampoco los comerciantes cubanos dejaron de contrabandear sus productos. Aquel sistema llevó al país a la ruina económica, a la desmoralización de la sociedad y a la guerra como única solución para sacudirse el lastre.
Quizás, como en el 68, lo que necesite el pueblo cubano sea libertad, para expresarse, para producir, comerciar, asociarse, elegir sus gobernantes y escoger como vivir. Quizás haga falta que se cumpla la promesa siempre incumplida de que la tierra sea del campesino que la trabaja, no en préstamo por cinco o diez años, lo cual además de ridículo es contraproducente, sino en usufructo permanente y gratuito. Quizás, los obreros deberían poder asociarse en verdaderas cooperativas donde como dueños pudieran decidir qué producir y a quién y a qué precio vender.
Como quiera, la dirección del país no parece estar dispuesta a la opción libertad, lo cual es una verdadera pena porque deja como único recurso la rebelión, que aunque sea en su forma silenciosa y pacífica, igual terminará por echar abajo el andamiaje obsoleto de un adefesio que ni es socialismo ni es del siglo XXI.
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