A propósito de la carta de Fidel Castro a Celia Sánchez en
ocasión del bombardeo por la Fuerza Aérea Cubana contra la casa de un
campesino. Dicha carta merece ser transcrita, para que los inocentes no sigan
con la idea de que los americanos empujaron a Fidel Castro en los brazos de la
Unión Soviética, y que de no ser por el embargo esto habría sido una democracia
en un país desarrollado.
“Sierra Maestra
Junio 5-58
Celia:
Al ver los cohetes que
tiraron en casa de Mario, me he jurado
que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande; la guerra que voy a echar
contra ellos. Me doy cuenta que esto
va a ser mi destino verdadero.”
Qué dirían los angolanos de los soviéticos y sus bombas y
cohetes, lanzadas por pilotos cubanos contra las chozas de los campesinos de
aquel país, o los guajiros del Escambray cubano, cuyos bohíos también fueron
destruidos bajo el fuego de ametralladoras, lanzacohetes y granadas de origen
belga, checoeslovaco, y soviético. ¿Estaría justificado el odio de los
campesinos angolanos o de las montañas del Escambray contra belgas, checos,
eslovacos y rusos?
La irracionalidad del pensamiento del máximo líder de la
revolución cubana raya en la paranoia. Con el triunfo de la revolución no se
empezaba a cumplir el Programa del Moncada, se iniciaba la guerra personal de
Fidel Castro contra los americanos; el odio y la egolatría como política de gobierno. En un párrafo de apenas cuatro líneas, utiliza
tres veces la palabra guerra y en cinco ocasiones se refiere a sí mismo
–guerra, guerra, guerra, yo, yo, yo, yo, yo-. La paz y la felicidad del pueblo
no estaban en los planes.
La restitución de la Constitución del 40, el problema de la
tierra, el problema del desempleo, el problema de la vivienda, los derechos
civiles y políticos; todo quedó subordinado al ansia de venganza no contra un
gobierno, sino contra un país entero y sus habitantes, los americanos. En esta
guerra personal, el gobernante involucró a todo el país, sus gentes, sus
recursos; el destino de Cuba y de los cubanos siempre le importó bien poco, él
y sólo él derrocaría Norteamérica, humillaría al Tío Sam y le haría pagar bien
caro el bombardeo al bohío de un campesino.
Bohíos como aquel, caen por centenares cada vez que pasa un huracán
por la isla. De acuerdo con la línea de pensamiento del comandante, en lugar de
construir casas con materiales más resistentes, se le debe declarar la guerra a
los ciclones. El bombardeo a la casa del campesino es bien pobre como
justificación para desatender sus obligaciones al frente del gobierno, y
dedicar toda su inútil vida a una guerra inútil, igual le hubiera servido la predilección de
Eisenhower por el golf, o que los Yanquis de Nueva York ganaran la Serie
Mundial.
José Martí dijo que los hombres se dividen en dos bandos: “los que aman y fundan y los que odian y
destruyen”. Al analizar la obra de Castro I de Birán durante medio siglo,
el saldo hacia afuera es de muchas guerras con su secuela de muerte y
destrucción en África y América Latina, en lo interno, es el desmoronamiento de
la economía y la sociedad cubanas.
El actual desmontaje del sistema llevado a cabo por el
heredero del trono, obedece más que nada a la necesidad de que las atrocidades
cometidas por el hermano mayor, queden, cuanto antes mejor, como un recuerdo
borroso de lo que nunca debió ser. Para eso cuenta con la mala memoria de los
cubanos.
Quizás cuando le llegue el retiro, lo haga como el
reformador de no se sabe qué, y el hermano se mencione en los libros de
historia como el dictador que en cincuenta años de gestión solo se apuntó como
éxito una campaña de alfabetización.