(Publicado en Primavera Digital)
En Miami se puede encontrar cualquier cosa, tiendas que
marean al visitante acostumbrado a la escasez, restaurantes donde se come más con los ojos que con la boca
y se quita el hambre sin haber comido, hay también reuniones de políticos e intelectuales en que
coinciden demócratas, liberales,
socialistas, totalitarios y post totalitarios, y opositores leales y tolerantes
sin poder real ni esperanzas de tenerlo, pero con unas ganas tremendas de ser
tomados en cuenta por la dictadura que rige los destinos de la isla querida
desde hace cincuenta y tantos años.
Allá se encuentran todos, los que se quedaron y los que
regresan, y tanto en unos como en otros
hay profundas diferencias en cuanto a la percepción de la situación cubana y sus posibles vías de
solución. Eso es natural, debería ser la norma que los cubanos debatieran entre
cubanos a veces acalorados, otras con más calma, pero siempre escuchando al
otro con respeto.
Es una pena que eso solo pueda ser posible allá, con el
Estrecho de La Florida por el medio, del lado de acá, no hay discusión posible
porque la Constitución no lo permite y el Código Penal lo sanciona. No hace
mucho dos opositores de los llamados leales perdieron el empleo en una revista
católica porque ni siquiera los leales pueden hacer oposición, basta con que
sean leales.
El régimen cubano pide de los ciudadanos fidelidad,
acatamiento, obediencia y silencio. No se trata de que el opositor pida una
intervención militar norteamericana, lo cual si ocurre no pasa de ser una
infeliz ocurrencia, va más allá; los diputados de la Asamblea Nacional, los
delegados de las Asambleas Provinciales y Municipales del Poder Popular, los
ministros y cualquier otro dirigente no importa de qué organismo sea o a que
nivel, están sujetos a las decisiones venidas de arriba, una iniciativa propia
puede ser fatal para su futuro.
En cuanto a los jóvenes, están entrenados para ser
seguidores y nunca líderes. Una nueva generación de eunucos viene a sustituir a
la que deja de ser útil y otra vez comienza la noria a dar las mismas vueltas.
Da vergüenza oír a niños repetir consignas que no tienen sentido para ellos, pero
si se mantienen leales no será sorpresa verlos un día en algún congreso en
Miami pidiendo ser pacientes y tolerantes con la
dictadura que los vio nacer.
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