Que divertida y segura es la libertad de expresión y el ejercicio de la crítica cuando se usa contra un cuentapropista, un conductor de ómnibus o un médico que niega una receta que no está obligado a dar sin previa consulta.
El Dr. Carlos Alberto León Román está pasando su vía crucis porque no pertenece a la élite que goza del derecho a la impunidad. Este sí puede ser criticado, sancionado, aplastado, hay que aprovecharlo para demostrar que en Cuba hay libertad para no respetar a un médico, porque es un venido a menos al que cualquier amigo de los de arriba le puede convertir la vida en el clásico yogurt.
Desde que el ser humano decidió organizarse socialmente, el cargo más importante después del jefe, era el del brujo o médico de la tribu, nadie más importante que estos dos, ni siquiera el juglar que los entretenía a la luz de la fogata en las frías y aburridas noches prehistóricas.
En esta sociedad donde los dirigentes no se respetan a sí mismos; donde el pueblo, uniformado o no, practica el robo como forma de lucha, delata al vecino que construyó una piscina o, constituido en pandillas de respuesta rápida, golpea mujeres en la vía pública sin sonrojarse, no debe extrañar que la figura de un médico se exponga al descrédito, sin darle oportunidad de expresar sus argumentos en el mismo órgano de prensa.
El Órgano Oficial del PCC, debió publicar la saga completa del caso, carta del Dr. León incluida, para que la opinión pública pudiera hacerse una idea más precisa de los hechos y sacar sus propias conclusiones, como diría Taladrid.
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