Bruno Rodríguez Parrilla, Canciller cubano, acaba de hacer referencia a la Convención contra el Genocidio, la cual en su artículo 2 inciso b tipifica como tal “la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo” y en su inciso c “el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”.
Bien por el Canciller, al calificar con acierto lo acontecido al pueblo cubano durante más de medio siglo de revolución y socialismo que no admiten más remiendos ni discursos.
Las tierras cultivables en manos del Estado convertidas en marabuzales, más de dos millones de cubanos en el exilio, ruina de la principal industria del país, aniquilamiento de la masa ganadera, miles de presos por motivos políticos, miles de muertos en los paredones de fusilamiento, otros miles más ahogados en las aguas del Estrecho de la Florida, jóvenes ejecutados sumariamente por secuestrar una lancha, un remolcador hundido con los que iban a bordo, niños incluidos, suspensión de la leche a partir de los siete años de edad, hospitales sin médicos, escuelas con maestros improvisados, campesinos viviendo en bohíos en nada diferentes a los de sus abuelos, negros habaneros en los mismos inmundos solares que sus ancestros, la gente del campo asentada en villas miseria y barrios marginales alrededor de las ciudades, y así se suceden infinitas las lesiones graves a la integridad física o mental de los cubanos, sometidos intencionalmente a condiciones de existencia que acarrean su destrucción, por el momento parcial.
El vil hábito de los dirigentes cubanos de culpar a los Estados Unidos por el desastre del que son los únicos responsables, no es más que eso, un hábito vil tras el que esconden su ineptitud y la incapacidad del sistema genocida escogido.
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