Esta visita tan anunciada y promovida, criticada por unos y alabada por otros, ha servido para descubrir algunas curiosidades de la sociedad cubana actual; lo primero, es la demostración de fuerza del gobierno cubano, que hizo de todo para impedir que los opositores que profesan la fe católica llegaran a la Plaza, mientras los núcleos del Partido Comunista se dedicaban como en sus mejores tiempos, a movilizar a las masas comunistas o no, para asistir a una Santa Misa que para la mayoría de los convocados no tendría significado.
En cuanto al Santo Padre, hizo su papel, dijo lo que tenía que decir con mesura, sin caer en extremismos políticos, pero demostró con su presencia en uno de los últimos baluartes del comunismo, que este sistema político fracasó desde el momento en que no pudo erradicar la religiosidad de los cubanos, a pesar de los esfuerzos realizados en ese sentido. Algunos pedían más de Benedicto XVI, ¿por qué?
Los cubanos, deben dejar de mirar hacia afuera para resolver los problemas nacionales; el gobierno culpa de todos sus males al imperialismo, a la Unión Europea y a cualquiera que en el mundo no los aplauda, mientras espera la ayuda solidaria que les permita sacar la cabeza del agua. Los otros, nosotros, esperamos ingenuos que nuestra libertad la traiga el Papa, o el Presidente de turno en los Estados Unidos, o el Partido Popular español, o la Comunidad Cubana en el exterior.
El comunismo nos lo sacaremos de encima cuando perdamos el miedo a los cambios y a la represión. El desarrollo de la nación depende exclusivamente de nuestros propios esfuerzos en un país democrático, pero primero debemos ganarnos la libertad y para ello se puede empezar por no ir a la Plaza cuando la dictadura lo convoque. Cada cual debe decidir qué país quiere y qué puede hacer para lograrlo.
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