El mundo islámico está indignado, lo que no han logrado los
aviones teledirigidos con sus daños colaterales, las invasiones de la OTAN y
las torturas en Guantánamo, lo ha logrado un oscuro cineasta que nadie sabe a
ciencia cierta quién es, ayudado por la magia de Internet. Un video de catorce
minutos de duración y dudosa factura según dicen los que lo han visto, ha
provocado que los musulmanes en todo el mundo se vean en el deber de quemar,
saquear, matar inocentes, y de paso dar la razón a los que los acusan de
extremistas, violentos y terroristas dispuestos a cualquier barbaridad
amparados en su fe.
Los comunistas y ateos de toda laya se han cansado de decir
barbaridades en contra de Jesús, lo han negado, se han burlado de su divinidad,
y la Biblia, libro sagrado de los cristianos, lo mismo ha sido quemada que
vilipendiada. El pueblo cristiano no se ha lanzado a las calles a apedrear y quemar
comunistas o embajadas comunistas.
La Internacional, himno de guerra de los comunistas de todos
los países, repudia la creencia en Dios -el mismo Dios de todos-, sin que
ninguna autoridad eclesiástica se haya pronunciado en contra de la estrofa
ridícula.
Los islamitas, musulmanes, seguidores del Profeta Mahoma o
como les guste llamarse a sí mismos, exageran la nota. Culpar al gobierno de
los Estados Unidos de la realización y divulgación de una película de factura
privada, más bien parece un desvío de la atención a los verdaderos problemas
que tienen los países árabes, como el atraso en que están sumidos pueblos que
en otras épocas iluminaron a la humanidad con su conocimiento, o el estado de
degradación a que están sometidas las mujeres en sus sociedades machistas, donde lapidarlas públicamente
hasta morir, se llama justicia.
Si alguien quería ver un ejemplo de lo que es odio racial
desmesurado, ya lo vio en los noticieros y la prensa de todo el mundo. De esta cultura o subcultura de la violencia,
salen los que son capaces de dinamitar aviones cargados de inocentes, incendiar
discotecas o derribar edificios repletos de trabajadores.
De los que violan y asesinan a un hombre sea o no embajador,
el mundo no puede esperar nada bueno. El valor y la ira que demuestran estos
soldados del islam contra personas inocentes, no tiene que ver con el
comportamiento que mostraron en la guerra del 67 cuando pretendieron borrar del
mapa a Israel y terminaron suplicando la devolución de los territorios
ocupados.
Que la película de marras pueda ofender a alguien, puede
ser, pero solidarizarse con los que se valen de cualquier pretexto para
asesinar, aterrorizar y elevar el odio a la categoría de acto religioso, es
participar del crimen.
Los regímenes totalitarios son también fundamentalistas
aunque sean ateos; el odio a quien se atreva a pensar diferente, al que se
aparte de los códigos establecidos a capricho, al que se atreva a criticar al
sacrosanto ayatola-comandante. Este odio puede llevar al hundimiento de barcos
cargados de inocentes, al derribo de avionetas, a las golpizas a mujeres, a
muertes sospechosamente convenientes y al encarcelamiento injusto.
Las turbas revolucionarias que gritan consignas
progubernamentales y dan golpes a los disidentes en La Habana, no tienen nada
que envidiar a las turbas musulmanas que queman, apedrean y matan inocentes en
las capitales de los países islámicos. En ambos casos, el fanatismo y la
cobardía van mano a mano; en ambos casos el modelo social es obsoleto además de
injusto.
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