Loable que haya un día para las víctimas del terrorismo de
estado. Podrían incluirse con todo derecho a los 41 cubanos, entre ellos 11
niños, que murieron el 13 de julio de 1994 en el hundimiento premeditado del
remolcador “13 de Marzo” frente a la bahía de La Habana; a los cuatro pilotos
de “Hermanos al Rescate” pulverizados por un Mig de la Fuerza Aérea cubana
sobre aguas internacionales; a Laura Pollán, Oswaldo Payá, Harold Cepero,
Orlando Zapata Tamayo; las decenas de miles de presos políticos (recordar a los
75 de la Primavera Negra del 2003) que han poblado las más de doscientas
cárceles del régimen, los miles de fusilados, entre ellos tres jóvenes de raza negra
fusilados por tratar de secuestrar una lancha, y los millones de exiliados que
no pueden entrar a su país sin el
permiso del gobierno.
Es bueno recordar a los muertos, pero no disfrutarlo. Es
característico de este régimen vampiresco, celebrar los derramamientos de
sangre con carnavales, desfiles y concentraciones, cuando se deberían celebrar
con respeto y recogimiento.
Pero el respeto es ajeno a la naturaleza del gobierno
cubano. Utiliza los muertos propios y ajenos como material de propaganda
política; y hasta a los no muertos, como los cinco espías presos en cárceles
norteamericanas, víctimas de la arrogancia oficial.
No es sólo el 6 de
octubre un día luctuoso para los cubanos, el almanaque está lleno de fechas
aciagas que comenzaron el primero de enero de 1959, y no se sabe hasta dónde
llegue. Quizás dependa de la cantidad de testosterona de los cubanos, que han preferido hacerse eunucos a sí mismos como diría el Apóstol.
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