Que los negros tenemos complejos, según dicen algunos, puede
ser verdad. Los complejos son causados por traumas que se quedan en lo más
profundo del subconsciente de las personas, y estos traumas pueden ser
recientes o muy antiguos; individuales o colectivos.
Los traumas raciales de los negros en Cuba provienen de la
forma en que fueron traídos nuestros ancestros; secuestrados, encadenados,
hacinados en embarcaciones precarias y almacenados después en infernales
barracones, sometidos a vejaciones y golpizas, marcados como animales y
obligados a trabajar como bestias para el beneficio de otros.
Nunca se sabrá con exactitud el número de esclavos muertos
durante la travesía del Atlántico. El hambre y las enfermedades hicieron mella
en gran número de ellos, otros, simplemente eran lanzados al mar cuando los
barcos negreros eran perseguidos.
Los hechos narrados afectaron a todos los sobrevivientes,
pero también a su descendencia. La marca de los hierros ardientes y los
latigazos, no sólo dejaron cicatrices en la piel, sino en lo más profundo de
las consciencias de los negros de todas las generaciones posteriores. El
chasquido del látigo y los lamentos se pueden oír todavía.
Como si aquello no fuera suficiente, hoy los negros son
mirados con desprecio, desconfianza y hasta temor. Ver un negro salir de una
casa de blancos puede ser motivo de alarma para algunos vecinos, que se verán
obligados a alertar al dueño y este tendrá que explicar que sí, que es el
marido de su hija que está loca.
Con la figura del negro se hacen los chistes más
ingeniosamente racistas que se puedan imaginar; el protagonista puede ser un
vago, un ladrón, un ser torpe e incapaz o cuando mejor sale, un demonio erótico
dotado de un falo enorme e insaciable que a unos llena de envidia y a otras
hace soñar con persecuciones húmedas.
El esfuerzo que los negros cubanos hacen en la actualidad
para imponerse, sobresalir, o simplemente sobrevivir, sólo es comparable con el
que se veían obligados a realizar para comprar su libertad y la de sus hijos.
Cada día los negros compramos nuestra libertad, o nos empalencamos, o
cargamos al machete contra una injusticia o un injusto. Como en los viejos
tiempos, somos merecedores del reproche de la sociedad blanca por rebeldes, o
por hablar demasiado alto, o preferir resolver algunos problemas simplemente de
a hombre, o porque nos gusta bailar, o adoramos los elementos de la naturaleza.
La cuestión es que estamos sometidos a la constante vigilancia de cada uno de
nuestros actos y eso, en realidad incomoda.
Los blancos que nos tildan de acomplejados deberían revisar
en sus gavetas si no tienen algún complejo escondido como el de amo, o el de
rancheador, o el de capataz de ingenio, porque es hora de que se estudie no
sólo el problema negro en Cuba, existe además el problema blanco, que engendró
todos los demás y los mantiene.
A estas alturas, deberíamos buscar acomodo y aprender a
convivir en este país de todos, porque los negros no vamos a regresar a África,
a donde ya no pertenecemos, y no se les
puede pedir a los blancos que regresen a Europa aunque sean minoría étnica.
Las calificaciones, o descalificaciones, como quiera
llamárseles, por motivos raciales, denigran tanto al sujeto que las recibe como
al que las emite. La discriminación afecta moral y espiritualmente a ambos
lados de la ecuación, y cuando la parte dominante es menor en número que los
dominados, esto, además de criminal, es estúpido, porque aunque económicamente
sean superiores, dependen en buena medida
del talento y la fuerza de
trabajo de aquellos en apariencia inferiores.
Sin la participación de los negros, no hubiera habido
guerras independentistas, y la sociedad cubana de los siglos XVIII, XIX y
primera mitad del XX, no habría alcanzado la pujanza económica y cultural que
la caracterizó. Si algo sirvió de savia al proceso político y social posterior
al primero de enero de 1959, fue la incorporación masiva de los negros,
esperanzados en los cambios anunciados.
Como quiera que el mencionado proceso se convirtiera en una
gran trituradora de sueños, ahí fueron a parar también los de los negros,
víctimas dobles por el estigma de la piel y por desposeídos. ¿Podrá entonces
culparse a esta raza sufrida por tener recelos, desconfianzas, rencores y en
general mantenerse en una actitud defensiva y hasta cierto punto hostil?
Los estudiosos algún día podrán ayudar a rescatar la
verdadera identidad del negro y su papel en la sociedad, a realzar la dignidad
de su condición humana y liberarlos de la humillación de tener que agradecer
eternamente supuestos favores mesiánicos.
La sociedad cubana está en deuda con los negros y lo
seguirá mientras el tratamiento de la
discriminación no acabe de salir del plano de alguna que otra expresión
dulzona, un discursito contemplativo y la conmemoración casi en secreto de
algún hecho memorable.
La historia de los negros en Cuba debe ser una asignatura
impartida desde los primeros grados de la enseñanza primaria y no aparecer
diluida y minimizada a lo largo del aprendizaje general, donde la ideología
devora la esencia del conocimiento y hace aparecer a los negros, salvo
excepciones, como entes oscuros, incultos y poco dados a vivir en sociedad,
totalmente despersonalizados y sin raíces propias.
Hay mucho mérito en los negros cubanos y podemos sentirnos
orgullosos porque somos una raza que ha ayudado con su inteligencia, esfuerzo y
valor, a construir una nación que aunque está a medio hacer, nos pertenece y le
pertenecemos por derecho propio.
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