Si en lugar de cerrar
toda vía democrática con la aprobación de la Enmienda Morúa, el Senado de la
República hubiera discutido y elevado al rango de ley tan siquiera algunas de
las bases programáticas del Partido Independiente de Color, ¿se habría
producido la masacre de 1912?
En realidad, lo del
miedo a los negros y al ejemplo de Haití, fue pura justificación. Lo que
provocó la Guerra de 1912, que no fue tal guerra sino una masacre, fue el odio
visceral a una raza, la soberbia de los blancos que aunque jugaran a la
democracia, seguirían sin admitir que los negros fueran libres e iguales en
derecho porque veían, ¿ven?, el color de la piel como razón suficiente para considerar
a otro ser humano como de inferior categoría.
Entre los reclamos del
Partido Independiente de Color, no había uno sólo de carácter racista, sino
todo lo contrario; el equilibrio de los intereses de todos los cubanos, el amor
a la patria, el desarrollo de las relaciones cordiales entre todos los
ciudadanos, la conservación de la nacionalidad y la participación igualitaria
de los nacidos en esta tierra en la administración de la cosa pública, educación
para todos, justicia, inmigración, derechos laborales, derechos políticos y
civiles, derecho a la tierra y al empleo.
Estos temas tenían también
un carácter profundamente nacionalista y patriótico. Cien años después, mantienen
su vigencia con la adecuación lógica a la época. La situación del negro en Cuba
en realidad ha variado muy poco desde principios del siglo veinte para acá.
Todas y cada una de las
bases programáticas del Partido fundado por Evaristo Estenoz, constituyen otras
tantas reivindicaciones sociales no solo para los ciudadanos de la raza negra,
sino para todos los cubanos, sobre todo los más pobres, con independencia del
color.
En ninguno de sus párrafos
se pretende que una raza esté por encima de otra, sino que a la raza que
durante siglos fue vilipendiada se le considere igual a la otra, porque a fin
de cuentas, la condición de cubanos la adquirimos juntos en el mismo proceso.
Hoy ocurre lo mismo que
en 1912. Por ahí aparecen blancos que niegan la necesidad de resolver el
problema racial en Cuba, porque según ellos, este problema no existe. De igual
forma, como antaño, entre los mismos negros encontramos quienes niegan ser
discriminados porque en su vida han tenido iguales oportunidades que los
blancos, pero han sabido aprovecharlas dándose su lugar. Unos y otros dicen que
hablar de racismo es ser racista, que la unidad de la patria se pone en peligro
y para colmo, hasta la lucha por la democracia en Cuba necesita que los negros
se callen la boca.
Por otra parte, no
sirve de nada una constitución que reconozca la igualdad de derechos para
negros y blancos, cuando en la práctica los políticos, de ayer y de hoy, al
verse amenazados por una presunta venganza de los negros en el poder, ponen
todo tipo de obstáculos para impedir el acceso del hombre negro a puestos de
trabajo mejor remunerados o cargos públicos donde tenga capacidad de decidir
sobre asuntos trascendentales para la vida de la sociedad.
El Partido
Independiente de Color pedía medidas de acción afirmativa si lo vemos a la luz
de los tiempos que vivimos, buscaba equilibrar la balanza de la justicia social
con normas que impidieran no solo que el negro se mantuviera en una situación de
total subordinación, sino que esta subordinación, entiéndase alienación, no
fuera cada vez mayor y aquellos que junto a los blancos habían luchado por la
independencia del país, pudieran junto a ellos construir la república de todos
y para el bien de todos.
Dado que en esta larga
carrera el negro arrancó tarde y descalzo, se hace necesario, hoy como ayer,
buscar el equilibrio mediante leyes, y no evitar los antagonismos sociales
aplastando al elemento antagónico más débil.
Los derechos ciudadanos
de la población negra deben quedar expuestos con claridad mediante leyes, ya
que en esta sociedad multirracial, donde se pretende que no haya color, en
realidad ocurre que el negro es invisibilizado, nunca igualado. En aras de la
unidad, la independencia y la soberanía nacional, los no blancos deben atenerse
a lo que determine el blanco hegemónico. El negro queda fuera de la ecuación y
por eso fueron asesinados miles de ellos en 1912, en un acto de genocidio
racista que unos pocos advirtieron y nadie pudo impedir.
Si el Partido Liberal o
el Conservador hubieran tenido en sus programas los temas contenidos en las
bases del Partido Independiente de Color,
perfectamente los negros se les habrían sumado gustosos, pero el programa de
los Independientes de Color era demasiado democrático para el gusto de los que
durante la colonia formaban parte de las clases pudientes, dueños de esclavos
todos ellos, y que por necesidades de las contiendas independentistas devinieron
compañeros de ocasión.
Los que antes de la
guerra eran ricos, ahora querían serlo más y los que antes no tenían poder
político ahora lo querían todo para sí. La relación con los que otrora fueron
sus esclavos, o los descendientes de sus esclavos, seguiría siendo la misma,
una relación de subordinación de carácter esclavista, nunca de fraternal empeño
en la construcción de la patria. Todo lo demás que se diga es ingenuo romanticismo
u oportunismo feroz.
Así nos sorprende el
siglo XXI, enfrascados en la misma lucha contra los demonios de odios y
ambiciones disfrazados de unidad y democracia con palmaditas en la espalda
incluidas, para que los negros se sigan portando bien, cooperando con todos para el bien de unos
pocos, sin pedir demasiado para no poner en peligro la estabilidad republicana.
Los blancos de la
colonia fueron después los blancos de la República y son los mismos blancos de
la Revolución del 59 que sin haber tenido antes dinero ni poder político, se
sienten herederos de aquellos sólo porque tienen el mismo color de piel.
Procurar equidad en el
acceso a los empleos mejor remunerados,
en la distribución de tierras de cultivo y en el acceso a carreras técnicas y
de educación superior, tratamiento justo en las unidades de policía, tribunales
y cárceles. Como en épocas pasadas, parece demasiado pedir para unos
descendientes de esclavos.
No obstante los
prejuicios, el Estado debe acometer la formación de verdaderos valores
ciudadanos alejados de los dogmas y consignas que propugnan el odio, la
intolerancia y el resentimiento, de todos los cuales los negros somos víctimas
propiciatorias a casi cien años del estigma dejado en la memoria histórica de
una nación que seguirá en su fase embrionaria mientras no
se salde la deuda.
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