El oficial del Departamento de Seguridad
del Estado conocido por “Camilo”, es famoso por su disposición a usar la fuerza
bruta contra hombres y mujeres de la oposición pacífica cubana. Amparado en el
órgano que representa, este “Camilo” que no tiene nada que ver con el legendario
de la barba y el sombrero tejano, hace gala de su poca valía como hombre, al
agredir físicamente a personas
indefensas que cometen el error de pensar que una Cuba mejor es posible.
Pero no basta con ello; ahora el susodicho
está al frente de una banda de gamberros que se ufanan de ser el “grupo de
asalto de Camilo”, denominación esta, usada por el propio esbirro durante un
operativo parapolicial realizado el día 3 de octubre en el municipio Playa. Es
posible que después de todo, esta sea la labor que le viene bien al abusador, se puede ver su futuro como jefe de
una tropa de asaltantes de camino.
Los torturadores del gobierno de Batista,
antes de aprender ese oficio, eran jóvenes, muchos provenientes del campo, que
se incorporaban a la policía o al ejército como una forma más de ganarse la
vida, algunos quizás con el ideal de servir a la justicia y a la patria; pero
en medio de los odios desatados por la dictadura, aquellos jóvenes descubrieron
que les daba placer dar palos a los
prisioneros, que sacar uñas podía ser divertido, y que una cara machacada a
golpes, un cráneo roto de un batazo o
unas costillas molidas a patadas, eran mérito suficiente para ascender hasta
convertirse un día en cabecilla de su
propio grupo represor.
Va mal este Camilo y van mal sus jefes que le
ordenan, autorizan o permiten los
desmanes que comete y, lo que pudo ser un ciudadano digno, se ha convertido en uno de los personajes más
tristes de la triste historia de la Revolución Cubana. Este Camilo, también se
perdió.
Publicado en la Primavera Digital
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