Este 28 de agosto se conmemoró medio siglo
de la Marcha por los derechos civiles sobre Washington, medio siglo del
discurso del Dr. Martin Luther King Jr. conocido en el mundo entero por la
frase que aún resuena como el doblar de una campana de iglesia llamando a los
fieles, “Yo tengo un sueño”.
En esta ocasión, la Oficina de Intereses de
los Estados Unidos en La Habana, convocó a la celebración a un grupo tan
heterogéneo de personas que parecía imposible que se hubiera logrado; clérigos,
intelectuales, artistas, periodistas, opositores al gobierno, amigos del
gobierno, mantenidos por el gobierno y agentes del gobierno, racistas y
antirracistas, homosexuales, y homofóbicos, todos revueltos saludándose,
tolerándose, y hasta odiándose cordialmente.
A pesar de todo, o quizás gracias a todo, reinó
la armonía, aunque como en cualquier festejo, siempre hay detalles que se salen
del programa, y en este caso el detalle estuvo en la respuesta a los discursos.
Fueron poco aplaudidos; ni el de Luther King, ni el de Leonardo Calvo, ni el
del Jefe de la sede diplomática señor John Caulfield, ni el de Barack Obama,
parecieron causar demasiado entusiasmo entre los asistentes, como si el tema de
la desigualdad racial fuera algo poco importante o demasiado
penoso para ser hablado en público.
A los cubanos les queda una larga marcha
para resolver sus problemas; en primer lugar, ese ajiaco de personalidades
demostró que nadie es tan importante
como pueda pensar de sí mismo, ni tan insignificante como puedan creer los
demás. En segundo término, el camino a la democratización de Cuba pasa
necesariamente por la solución legal, moral y material del capítulo
discriminación racial, mal que les pese a algunos, y no a la inversa.
(Publicado en Primavera Digital)
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