Es verdad que Cuba no se ha industrializado
en más de medio siglo de gobierno comunista, el desarrollo brilla por su
ausencia y las fábricas heredadas de la primera mitad del siglo pasado se mantienen milagrosamente en pie gracias a
la inventiva de técnicos y obreros. Las más recientes, provenientes de la
antigua URSS y el extinto campo socialista, funcionan con tecnología que ya era
obsoleta cuando fueron instaladas.
Aquello señalado por Lenin de que el
aumento de la productividad dependía del desarrollo tecnológico, se cumple aquí
de manera negativa; no hay desarrollo tecnológico, luego, no hay aumento de la productividad y como
consecuencia, los alimentos siguen racionados o muy caros.
Pero, no hay que ser tan pesimistas, a
cambio de esta des-industrialización, hoy en La Habana
solo existen tres industrias capaces de contaminar el medio ambiente: la
Refinería “Ñico López” en Regla, la siderúrgica “Antillana de Acero” en El
Cotorro y la Termoeléctrica de “Tallapiedra”, cuál de las tres más humeante y
pestilente.
Visto el poco interés mostrado hasta la
fecha por proveer a las mencionadas industrias del equipamiento necesario para
reducir la emisión de gases contaminantes hacia la atmósfera, la población debe
estar agradecida de que, aunque es cierto que el desarrollo brilla por su
ausencia, al menos los pulmones están menos sucios y toda la afectación no pasa
de alguna que otra alergia sin más consecuencias que una tosecita impertinente
o un ardor insoportable en los ojos.
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