La población aborigen australiana es
inferior al medio millón, y a pesar de ser Australia un país con considerable
desarrollo económico y lo escaso de esta población, han aceptado la ayuda de
Cuba para alfabetizar a los australianos aborígenes. A cambio de este favor, instituciones de ese
país se declaran solidarios con los espías cubanos presos en los Estados Unidos
(Diario Granma, 12 de mayo de 2014).
La compra de voluntades es un negocio que
el gobierno cubano desempeña con éxito siempre que existan gobernantes venales
que desatiendan las necesidades más elementales de sus ciudadanos. Esto permite
que el lobo comunista se infiltre entre las ovejas desamparadas y ocurre así lo
mismo en América que en Australia.
Los comunistas andan a la caza de
oportunidades para mostrar sus habilidades; unos médicos esclavizados por aquí,
unos maestros también esclavizados por allá, y sobreviene el socavamiento de
los sistemas democráticos. La culpa es de los gobernantes y del egoísmo de las
sociedades que se olvidan de los aborígenes australianos, de los indígenas
americanos, de los pobres y todo tipo de
marginados.
¿Será tan difícil para los gobernantes y los
ricos ponerse de acuerdo y dedicar un poco de dinero para alfabetizar a unos
cuantos miles de aborígenes y de esta forma cerrar las puertas al oportunismo
populista de que hace gala el comunismo? La ceguera política y el egoísmo
permitieron la entrada y el enraizamiento del totalitarismo en Cuba, lo mismo
ocurre en Venezuela y en todos y cada uno de los países de América Latina donde
se escuchan lamentos porque los gobiernos socialistas en
el poder coartan las libertades ciudadanas.
Un plan de alfabetización, un sistema de
educación al que puedan acceder los menos favorecidos y el establecimiento de
un programa de salud primario que contenga un plan de prevención de
enfermedades evitables, redundaría en personas más calificadas y más saludables
que lejos de ser una carga, se convertirían en aportadores de riquezas.
Pero
al parecer, entre los líderes de los países democráticos no hay voluntad
real de defender la democracia y prefieren hacerles el juego a los oportunistas,
que con una cartilla de alfabetización en una mano y una vacuna contra el
sarampión en la otra, se hacen del poder para no soltarlo jamás. Después viene
la cartilla de racionamiento, pero ya es tarde.
Las elecciones no se ganan en las urnas, se
ganan dando a las mayorías lo mínimo indispensable para no sentirse bestias.
Después no se quejen los australianos cuando sientan la tierra moverse bajo sus
pies, mientras escuchan en cadena nacional los discursos de Chela Wietzel o
Jack Beetson desde la sede de gobierno.
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