Una de las primeras tareas que se impuso la
revolución cubana fue erradicar la prostitución, considerada una lacra del
pasado republicano que no tenía ninguna justificación de existir en la sociedad
más justa que se iba a construir. Las prostitutas serían a partir de ese
momento una fuerza más, integrada a la construcción de la nueva sociedad.
Las mujeres dedicadas al oficio fueron
reubicadas como taxistas, obreras, oficinistas, trabajadoras del campo y
costureras, a pesar de los cambios impuestos, muchas siguieron dedicando sus
tiempos libres a lo que mejor sabían hacer, mientras fueron atractivas para los
hombres solteros, y los casados aburridos.
Una cosa si fue de notar, esas mujeres eran
respetadas o al menos toleradas por la sociedad antes de su repentina
transformación en patriotas revolucionarias, la sociedad las veía algunos con
pena, otros con lujuria, pero nadie las repudiaba, no eran
perseguidas como delincuentes. Aún después del cambio, fueron aceptadas en sus
nuevos roles y se convirtieron en federadas, cederistas y milicianas.
Las jóvenes del siglo XXI en Cuba, la que
menos termina sus estudios secundarios, muchas hacen el bachillerato y hasta se
convierten en profesionales egresadas de las universidades. Desde los catorce
años de edad son miembros de los Comités de Defensa de la Revolución y de la
Federación de Mujeres Cubanas, toda la vida se la han pasado escuchando
discursos sobre la moral socialista y el internacionalismo proletario, pero han
crecido en medio de las penurias pre y post periodo especial, comiendo poco y
mal y vistiendo con lo que dejó alguna pariente mayor.
Entonces se produce un proceso a la inversa
en el desenvolvimiento de las jóvenes, la revolucionaria hija de trabajadores y
dirigentes revolucionarios, descubre que para hospedarse en un hotel de lujo,
visitar lugares turísticos que no sean campismo popular o las Playas del Este,
vestirse a la moda y comer langosta o carne de vacuno, debe explotar el recurso
más codiciado por viejos lascivos y adinerados venidos de lejanas tierras
allende los mares.
De este trabajo, porque lo es, vive la
joven y sus padres que no preguntan de dónde sale el jabón con que se bañan o
los espaguetis con queso parmesano que hacía tanto tiempo que no probaban.
Tantos años de estudios para llegar a ser una prostituta culta y bastante sana
como una vez dijo alguien de cuyo nombre no quiero acordarme.
Entonces, ¿a qué viene tanta persecución
policial, actas de advertencia, restricciones de acceso a lugares o zonas
frecuentadas por turistas y vedadas para los nacionales? Para esto se inventó
una nueva figura delictiva que ni siquiera aparece en las leyes penales,
“proclive a la prostitución”, basado en ella, los agentes de la policía se
creen en el derecho de exigir favores monetarios o en especie a estas
“trabajadoras sociales”, se convierten en proxenetas o chulos, como se les
conoce, solo con mostrarse permisivos y protectores de estas prostitutas del
siglo XXI, en nada diferentes a las de los siglos XIX y XX.
Parece que ser proclive a la prostitución
es algo así como ser proclive a la gripe, que necesita cuidados especiales. Es
posible que no todas las jóvenes que pasean a altas horas de la noche por esas
zonas o lugares prohibidos, estén ejerciendo la prostitución, pero de ser así, ¿qué?
La práctica de este oficio no se considera siquiera una contravención, pero de
acuerdo con la línea de pensamiento del que inventó el mencionado disparate
jurídico, la proclividad o tendencia a la mendicidad de los ancianos que buscan
algo que llevarse a la boca en los contenedores de basura también podría
merecer un acta de advertencia.
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