Se reunió en La Habana el Consejo Nacional de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba. Lo que vale y brilla en las artes y las letras
cubanas debatió, sin miramientos, los problemas que afectan la creación y la
promoción de la música cubana.
La víctima propiciatoria fue el reggaetón, los demás tópicos
analizados no despertaron el interés que este ritmo marginal y negro, si cabe
la redundancia, despertó en los participantes. Resultado, hay que cerrarle las
puertas, aún más.
Como es habitual en este tipo de reuniones, no se oyó la voz
discrepante de ningún reguetonero, que, o no fueron invitados o prefirieron
quedarse callados.
Es cierto que las letras de muchos de los reggaetones dejan
bastante que desear en cuanto a los cánones culturales generalmente aceptados
en nuestra sociedad, pero, sin embargo, la sinceridad del discurso no puede
ponerse en duda. Estos músicos de la marginalidad tienen algo que decir y lo
dicen.
La cultura cubana no es solo la de las salas de concierto,
también se hace en las calles, en los solares mal olientes, en los barrios no
aptos para turistas de Santiago de Cuba y La Habana. Sus creadores son aquellos
que no tuvieron oportunidad de asistir a las escuelas de música, o no quisieron
hacerlo porque sus inquietudes artísticas y sociales no se avienen a los
esquemas culturales preconcebidos.
Las letras son machistas, porque la sociedad es
profundamente machista, sin embargo, hacen referencia a valores humanos que ya
parecían olvidados, llaman a las cosas por su nombre, aunque lo feo en realidad
no sea el nombre, sino lo que este significa. La hipocresía y la doble moral
que imperan en la Cuba de hoy, se ofenden con la manera sencilla de decir, con
el ritmo contagioso sin complejidades
armónicas; música primitiva para situaciones modernas, como resultado de
su propia evolución muy particular.
El producto reggaetón tiene consumidores y, guste o no, ahí
está. Unos lo disfrutan, otros lo sufren, pero es evidente que la cultura de la
nación no se puede medir sólo por las preferencias de la élite privilegiada, ni
siquiera de la mayoría supuestamente culta; también es cultura la que producen
las minorías, aunque en ocasiones apenas se distingan las palabras. Los
asistentes a la ópera pueden disfrutar de una representación de Madame
Butterfly o de Salomé sin entender ni una palabra en italiano o alemán.
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