martes, 25 de septiembre de 2012

En Defensa del Reggaetón.



Se reunió en La Habana el Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Lo que vale y brilla en las artes y las letras cubanas debatió, sin miramientos, los problemas que afectan la creación y la promoción de la música cubana.
La víctima propiciatoria fue el reggaetón, los demás tópicos analizados no despertaron el interés que este ritmo marginal y negro, si cabe la redundancia, despertó en los participantes. Resultado, hay que cerrarle las puertas, aún más.
Como es habitual en este tipo de reuniones, no se oyó la voz discrepante de ningún reguetonero, que, o no fueron invitados o prefirieron quedarse callados.
Es cierto que las letras de muchos de los reggaetones dejan bastante que desear en cuanto a los cánones culturales generalmente aceptados en nuestra sociedad, pero, sin embargo, la sinceridad del discurso no puede ponerse en duda. Estos músicos de la marginalidad tienen algo que decir y lo dicen.
La cultura cubana no es solo la de las salas de concierto, también se hace en las calles, en los solares mal olientes, en los barrios no aptos para turistas de Santiago de Cuba y La Habana. Sus creadores son aquellos que no tuvieron oportunidad de asistir a las escuelas de música, o no quisieron hacerlo porque sus inquietudes artísticas y sociales no se avienen a los esquemas culturales preconcebidos.
Las letras son machistas, porque la sociedad es profundamente machista, sin embargo, hacen referencia a valores humanos que ya parecían olvidados, llaman a las cosas por su nombre, aunque lo feo en realidad no sea el nombre, sino lo que este significa. La hipocresía y la doble moral que imperan en la Cuba de hoy, se ofenden con la manera sencilla de decir, con el ritmo contagioso sin complejidades  armónicas; música primitiva para situaciones modernas, como resultado de su propia evolución muy particular.
El producto reggaetón tiene consumidores y, guste o no, ahí está. Unos lo disfrutan, otros lo sufren, pero es evidente que la cultura de la nación no se puede medir sólo por las preferencias de la élite privilegiada, ni siquiera de la mayoría supuestamente culta; también es cultura la que producen las minorías, aunque en ocasiones apenas se distingan las palabras. Los asistentes a la ópera pueden disfrutar de una representación de Madame Butterfly o de Salomé sin entender ni una palabra en italiano o alemán.

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