Renunció el Papa Benedicto XVI. Según sus propias palabras,
tiene demasiados años, la salud no lo acompaña y la responsabilidad sobre sus
hombros es más de lo que puede humanamente llevar.
Sabia decisión de un hombre sabio, sin apegos a tronos ni
glorias terrenales. Lo que pueda haber hecho por la Iglesia Católica y por la
humanidad en general, queda para la historia; aciertos y errores, logros y
tareas inconclusas.
Lo que no pudo hacer lo hará otro, mejor o peor, pero así es
desde Pedro para acá, y aunque sea un puesto oficialmente vitalicio, no
significa que sea eterno. Algún día la vida termina y como en esta ocasión, no
hay porque esperar a que termine para hacer lo correcto antes de convertirse en
un estorbo.
Debe servir de ejemplo a tantos enamorados del poder y la
gloria, a los que se creen imprescindibles y a toda costa prolongan su estancia
en altos cargos para los que alguna vez fueron elegidos o auto elegidos; pero
que con el paso del tiempo son víctimas, como cualquier otro mortal, de pérdida
de memoria, ideas fijas reiterativas, fanatismo, rencores, miedo a la muerte,
desconfianza en los amigos, celos, acidez estomacal, estreñimiento, artritis,
hipertensión arterial, pérdida de la visión, líbido baja e insomnio.
En realidad, el panorama es como para odiar a todo el mundo…,
o retirarse en paz a criar gallinas y hacer cuentos a los más jóvenes de la
familia. Los aferrados al poder están en el grupo de los que odian a los que
piensan diferente, a las nuevas tecnologías, a lo moderno, a los cambios. Al
final hacen más daño que bien y por eso el Santo Padre prefiere estar en el
grupo de los que confían en los que vienen detrás. Dios juzgará.
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