Mis recuerdos se remontan al cubo de
cangrejos vivos que mi hermano llevó a la casa una vez. Lo puso detrás de la puerta y no dijo
nada, o al menos así me pareció entonces. Aquel traqueteo de caparazones,
patas y muelas que trataban de escapar y resbalaban una y otra vez me intrigaba,
los que había visto en la playa eran mucho más pequeños.
En realidad la escena no era agradable,
porque los cangrejos me parecían arañas gigantes (estoy convencido que tienen
algún parentesco), aunque sin el sigilo que convertía a aquellas en seres
tenebrosos que en cualquier momento podían saltar sobre uno y devorarlo, aunque fuera una picada, sería suficiente para morir envenenado o de miedo sin tiempo
a nada.
Pero los cangrejos no tenían nada de
sigilosos, hacían bulla y eso los convertía para mí en seres más amistosos que
las arañas. Me atreví a acercarme al cubo y ahí estaban, brillantes, con sus
ojitos saltones, más asustados que yo, pidiendo ayuda. Con cuidado metí la mano
y toqué uno, no hizo nada, se quedó quieto y eso me envalentonó, lo cogí de la
forma que me pareció más segura y él hizo lo mismo, me agarró un dedo y la aventura se hizo dolorosa, saqué
la mano lo más rápido que pude y con ella salió el cangrejo, me sacudí con
fuerza y el crustáceo salió despedido hacia cualquier lado. Lo busqué por
debajo de los muebles, en los rincones, incluso pensé que había salido de la
casa, pero la puerta estaba cerrada.
No sabía cuánto podía vivir un
cangrejo, pero por si acaso me
aseguraría de andar siempre con los zapatos puestos y al acostarme mirar debajo
de la cama, no conocía las costumbres de estos animales y la posibilidad de que
subiera a la cama me mantuvo desvelado un buen rato esa noche. Oía los ruidos
que hacía o quizás fueran los ratones,
pero el sabría defenderse de los ratones, acorazado como estaba y armado de
afiladas tenazas eran más bien los ratones los que tendrían que cuidarse.
Al día siguiente ya no estaba el cubo de
zinc con los cangrejos, mi hermano no se dio cuenta que faltaba uno que a lo
mejor todavía anda por ahí, viviendo con los ratones y metiéndose dentro de los
zapatos de los niños, o tal vez llegó a la orilla del mar, donde sería recibido
por los otros cangrejos que oirían muertos de risa como había escapado de ser
hervido gracias a un comemierda que se las quiso dar de explorador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario