martes, 20 de agosto de 2013

Inocencia.

 

Mis recuerdos se remontan al cubo de cangrejos vivos que mi hermano llevó a la casa una  vez. Lo puso detrás de la puerta y no dijo nada, o al menos así me pareció entonces. Aquel traqueteo de caparazones, patas y muelas que trataban de escapar y resbalaban una y otra vez me intrigaba, los que había visto en la playa eran mucho más pequeños.
En realidad la escena no era agradable, porque los cangrejos me parecían arañas gigantes (estoy convencido que tienen algún parentesco), aunque sin el sigilo que convertía a aquellas en seres tenebrosos que en cualquier momento podían saltar sobre uno y devorarlo,  aunque fuera una picada, sería suficiente para morir envenenado o de miedo sin tiempo a nada.
Pero los cangrejos no tenían nada de sigilosos, hacían bulla y eso los convertía para mí en seres más amistosos que las arañas. Me atreví a acercarme al cubo y ahí estaban, brillantes, con sus ojitos saltones, más asustados que yo, pidiendo ayuda. Con cuidado metí la mano y toqué uno, no hizo nada, se quedó quieto y eso me envalentonó, lo cogí de la forma que me pareció más segura y él hizo lo mismo, me agarró  un dedo y la aventura se hizo dolorosa, saqué la mano lo más rápido que pude y con ella salió el cangrejo, me sacudí con fuerza y el crustáceo salió despedido hacia cualquier lado. Lo busqué por debajo de los muebles, en los rincones, incluso pensé que había salido de la casa, pero la puerta estaba cerrada.
No sabía cuánto podía vivir un cangrejo,  pero por si acaso me aseguraría de andar siempre con los zapatos puestos y al acostarme mirar debajo de la cama, no conocía las costumbres de estos animales y la posibilidad de que subiera a la cama me mantuvo desvelado un buen rato esa noche. Oía los ruidos que hacía o  quizás fueran los ratones, pero el sabría defenderse de los ratones, acorazado como estaba y armado de afiladas tenazas eran más bien los ratones los que tendrían que cuidarse.
Al día siguiente ya no estaba el cubo de zinc con los cangrejos, mi hermano no se dio cuenta que faltaba uno que a lo mejor todavía anda por ahí, viviendo con los ratones y metiéndose dentro de los zapatos de los niños, o tal vez llegó a la orilla del mar, donde sería recibido por los otros cangrejos que oirían muertos de risa como había escapado de ser hervido gracias a un comemierda que se las quiso dar de explorador.


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