Mi vida está marcada con la imagen y los discursos de Fidel
Castro, cuando los barbudos entraron a La Habana, yo tenía ocho años de edad, o
sea, que a esa temprana edad lo vi por primera vez, trepado en un vehículo
militar disfrutaba la aclamación del pueblo que lo saludaba con banderitas
cubanas y del 26 de julio.
De inmediato vinieron los discursos en el Palacio
Presidencial que pronto dejó de ser suficiente, por lo que se mudó para la
Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución. Cuando había discurso la gente iba
hasta con agua y merienda porque eran jornadas maratónicos de horas y horas de
hablar sin parar.
Las comparecencias ante la televisión no se quedaban detrás
en cuanto a verborrea y poses. Pero la televisión no era solo discursos,
también se televisaban fusilamientos y juicios como el de Sosa Bravo y el de un
personaje controvertido conocido por, Marquito, el cual fue traído desde México y acusado de delatar a unos revolucionarios
muertos en un tiroteo con fuerzas
policiales de la anterior dictadura.
Recuerdo al líder máximo cuando anunció su renuncia-golpe de
estado al Presidente Urrutia, el que dicho sea de paso, no había sido electo
sino designado; sus ofensas a José Figueres, Presidente de Costa Rica, al cual
le endilgó el mote de Pepe Cachucha; a Logendio, embajador de España, lo
calificó de burro; al argelino Abdelafiz Bouteflica le parodió el nombre y le cantó
buteflí-buteflá cuando este derrocó a Ben Bela; se refirió a Mao Tse Dong como
viejo chocho, a Carter le llamó manisero y mostró en público toda su
descompostura con Gorbachov, Vicente Fox y Mario Vázquez Raña por aquello de
los Juegos Panamericanos.
En todos esos años lo vi anunciar proyectos económicos y
condenas a muerte, fracasos y guerras,
ollas de presión y chocolate en polvo, aumentos salariales y catástrofes
ecológicas. En cada evento de cierta envergadura tenía que aparecer, hasta en
los velorios tenía el protagonismo,
mientras el muerto debía conformarse con
un papel secundario.
Todavía hoy, a pesar de que su figura no está apta para ser
televisada, se le ve en alguna que otra fotografía y aparecen a su firma ciertos
escritos incoherentes que en algo recuerdan su manera de expresarse cantinflesca y resentida.
No obstante, aún se le puede ver reproducido en cada dirigente que copia sus
poses, su manera de hablar y hasta los desplantes y groserías con que pretenden
encubrir su ineptitud. Hace pocos días uno de estos, al anunciar festinadamente
ante un auditorio muy oficial que los
resultados de las reformas raulistas se verían para el 2030, recibió la repulsa
de los presentes, algo desacostumbrado. La
respuesta de este señor fue golpear la mesa para hacer callar a los atónitos y
revolucionarios inconformes, vaya manera de practicar el debate y la crítica,
el comandante estaría orgulloso de ver que su mal ejemplo es seguido por este
energúmeno casi sesenta años después de su entrada triunfal en La Habana.
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