Restablecidas las relaciones entre los gobiernos de Cuba y
los Estados Unidos de América. Así como ocurrió en 1898 con la firma del
Tratado de París entre España, metrópoli en decadencia, y los Estados Unidos,
imperio naciente, el pueblo cubano queda excluido de las conversaciones que supuestamente
determinarán su destino.
Aquella vez los mambises, con un bien ganado prestigio en
los campos de batalla después de dos guerras, se tuvieron que conformar con ser
simples espectadores, ahora, con el desarrollo tecnológico, la suerte de los
cubanos se ha zanjado con un telefonazo. De nada vale el pataleo por demás injustificado,
por cuanto el embargo económico y financiero, así como la posterior ruptura de
relaciones entre ambos países, fueron medidas del gobierno norteamericano en
defensa de los intereses económicos de sus ciudadanos expropiados por Fidel
Castro sin justa compensación, y poco o nada tuvieron que ver, al menos
directamente, con la defensa de los valores democráticos en la isla previamente
conculcados por Fulgencio Batista.
Los cubanos hemos sido, en todo caso, rehenes de la política
norteamericana por un lado y de los hermanos Castro por el otro, para el pueblo
cubano no ha existido tal embargo económico y financiero, más bien siempre ha
sido un embargo de libertades ejecutado desde la Plaza de la Revolución.
El embargo financiero ni nos perjudica ni nos beneficia, lo
mismo ocurrirá si es levantado tan unilateralmente como empezó, ni fu ni fa. El
problema nuestro es que los Estados Unidos se han convertido en la obsesión
nacional, de allá puede venir todo lo bueno y todo lo malo, seguimos las
elecciones en Norteamérica como no lo hacen ni los propios norteamericanos,
sufrimos sus crisis económicas, sus guerras, sus muertos y sus éxitos como
propios, ya hasta celebramos Halloween con disfraces y dulces incluidos. Desde
el siglo XIX estamos unidos a los americanos por un puñetero cordón umbilical
que los Castro, con todo su odio, no han hecho más que fortalecer.
Por otra parte, ninguno de los líderes actuales de la
oposición cubana dentro o fuera de la isla, con todo el respeto y admiración
que siento por cada uno de ellos, se acerca remotamente a la talla de los
entonces excluidos de los Tratados de París Juan Gualberto Gómez, Calixto
García o Máximo Gómez, ¿entonces?, ¿qué nos queda?, pues aprender a luchar en
este nuevo terreno, buscar espacios y redirigir las fuerzas, las inteligencias
y aprovechar las nuevas oportunidades que sin dudas se presentarán, ya que esta
situación es tan nueva e imprevista para el régimen cubano como para cualquiera
de nosotros en la oposición.
En realidad los cambios que pedimos
los cubanos no nos los pueden dar los americanos con embargo o sin embargo,
solo podemos provocarlos desde dentro con una actuación inteligente que
prestigie a la oposición pacífica dentro de las masas populares mostrando
verdaderas opciones y ante la propia opinión de nuestros adversarios políticos
aunque sean comunistas, a fin de cuentas no son más que seres humanos que se
quedaron sin ideas y están a la defensiva aunque sea una defensiva feroz. Vamos
a hacer limonada.
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