Por estos días estuve en el dentista, en realidad no es algo
como para celebrar, pero un poco por necesidad y otro poco por solidaridad con
una estudiante necesitada de práctica, allá fui, a la Facultad de Estomatología
de la Universidad de La Habana.
Estudiantes del tercer y cuarto años de la carrera, pululan
en todo el amplio recinto, allí realizan sus ejercicios que los convertirán en
excelentes profesionales amantes de su trabajo y mal pagados, pero este no es
el caso, me voy a referir al lugar, porque los tiempos en que los dentistas
eran los barberos del pueblo quedaron atrás hace mucho.
La sala de Operatoria, está compuesta por dos salones
habilitados con veinte y tantos sillones cada uno, de ellos, funciona la cuarta
parte, unos no tienen lámpara, a otros no les llega el agua o el sillón no se
puede acomodar, o los taladros no funcionan, o cuántas más calamidades le puedan
ocurrir a un sillón de dentista.
En la época en que los barberos hacían las veces de
sacamuelas, el mismo sillón servía para ambos oficios, tampoco existía la
anestesia, por lo que imagino que los clientes para cortarse el cabello
abundaban (todavía no habían hippies y rockeros), mientras no ocurría así con
los desdichados de boca adolorida, que preferían se les cayeran los dientes a
pedazos antes de ser sometidos a la tortura.
En un principio los instrumentos utilizados por los
dentistas eran los mismos que usaban electricistas, mecánicos, carpinteros y
artesanos, hoy en la Facultad de Estomatología escasean
las herramientas de trabajo para estos profesionales en formación, que deben
pasárselas unos a otros y esperar con paciencia alumnos y pacientes a que les
llegue el turno.
De los profesores qué decir, amorosos, tolerantes, diestros
y conocedores de los secretos del arte de arreglar y sacar muelas, psicólogos
que conocen como funciona la psiquis de los pacientes y de los alumnos
aburridos de no hacer nada que para no molestar prefieren escabullirse.
Pero todo esto puede verse como algo normal en ese centro de
estudios, lo fuera de lugar fue la refriega mañanera de una profesora a un
grupo de alumnos, por no haber tomado parte en un acto político rutinario
llamado Bastión, según ella, aquellos jóvenes cometieron una seria indisciplina
cuando prefirieron pasar a los salones para iniciar sus labores y olvidaron alegremente
el acto político. ¡Profe, a estas alturas!
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