Llamar incidente al derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate por aviones de la Fuerza Aérea Revolucionaria, raya en el cinismo y la desvergüenza. Ninguna razón justifica el ataque contra aeronaves civiles que no significaban amenaza real para el territorio nacional.
La aviación de guerra podría haber obligado a las avionetas a aterrizar en cualquier aeropuerto cubano sin necesidad de pulverizarlas con sus cuatro tripulantes dentro. No hubo advertencia, ni conminación a que se alejaran o aterrizaran, los cohetes fueron lanzados alevosamente sin que los objetivos tuvieran la más mínima posibilidad de defenderse, escapar o rendirse.
Lo único que se vio amenazado por las avionetas derribadas, fue la soberbia y el amor propio, fue una descarga de odio contra los desafiantes. No se trataba de defender la soberanía, pues durante décadas Cuba fue una base militar de la Unión Soviética, obediente a órdenes provenientes de Moscú como la república número 16 del gigante euro asiático, sin que nadie se cuestionara el estado de salud de la soberanía nacional.
Es el mismo odio que llevó a pedir a Nikita Kruschov que lanzara los cohetes nucleares sobre los Estados Unidos, a condenar a largas penas de cárcel a 75 opositores pacíficos, fusilar a tres jóvenes negros por intentar secuestrar una lancha para escapar del paraíso socialista, o arrastrar mujeres por la Quinta Avenida.
El régimen cubano se comporta como el bravucón que no le basta con quitarle el helado a un niño, tiene además que abofetearlo para sentirse realizado.
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