No hay razones para sentirnos optimistas, ninguna, el anquilosamiento no es optimista, las tiranías no son optimistas, el empecinamiento no es optimista. La clave para el éxito no está en preparar bien cada detalle, eso es una soberana tontería que de tan pueril da vergüenza ajena.
A lo largo de estos cincuenta y tres años de involución, hemos podido ver en la prensa oficial promesas, mentiras y burradas, pero el editorial del diario “Granma” del 31 de diciembre, cae en la franca desfachatez. Los gobernantes cubanos insisten en seguir siendo ellos los únicos que pueden decidir qué cambiar, cuándo y cómo cambiarlo. No les interesa que el pueblo opine otra cosa, un grupito de ancianos decrépitos y retrógrados, a los que se les suma una pandilla de oportunistas, insiste en decidir el destino del país en conferencias, congresos, encuentros, plenos y asambleas, diseñados por ellos mismos para su entera conveniencia.
Lo único que podría hacernos sentir optimistas sería la derogación de todos los artículos del Código Penal que prohíben la libertad de expresión, reunión, asociación, información y comunicación. La modificación de la Ley Electoral eliminando del proceso a las intermediarias y viciosas comisiones electorales, y admitiendo la inscripción de partidos y candidatos no comunistas. La modificación de la Constitución de la República considerando punible la discriminación y la persecución de los ciudadanos por razones políticas o ideológicas. La derogación del artículo cinco de la propia Constitución que da carácter de deidad suprema al incompetente Partido Comunista. La derogación de la Ley 88 (ley Mordaza), engendro pseudojurídico que lleva a extremos fascistas y ridículos la persecución a la libertad de información y comunicación.
Estas serían modificaciones estructurales a las que no habría que temer. No son los americanos y sus supuestas ambiciones intervencionistas, que nadie desea, lo que frena los cambios, el freno; son los Castro, las ideas estalinistas, las ambiciones personales de tantos parásitos que a lo largo de más de cinco décadas han probado las mieles del poder, como diría el zángano en jefe, y se niegan a dejar sus puestos de ministros, viceministros, asesores, directores de empresas, tracatanes, esbirros y testaferros que pululan en las infectas aguas de la dirección del país.
Si se reconoce que existe una vieja mentalidad dogmática y se han cometido y se cometen errores y horrores, ¿por qué en estos momentos de pretendidos cambios, se toma como paradigma de sabiduría al que ha liderado los dogmas y es responsable personal de tantos errores? El Partido Comunista no ha sido más que la fachada para que un solo hombre tuerza el destino de la nación a su antojo, sus militantes nunca han tenido la opción de disentir o tan siquiera opinar de manera diferente al dictador, y públicamente aceptan la deshonra de haber sido convertidos en eunucos.
Con tales antecedentes, ¿qué optimista credibilidad se le puede conceder al Partido, a su Primer Secretario, y a sus dóciles seguidores, domesticados para alzar la mano aprobadora de cualquier disparate que venga de arriba?
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