El pasado mes de noviembre, el Decreto 293 del Consejo de Ministros modificó el conocido y repudiado Decreto 217, “Regulaciones Migratorias Internas para la Ciudad de La Habana y sus Contravenciones”, versión criolla antecesora de las disposiciones anti inmigratorias que por estos tiempos intentan implantar en algunos estados de Norteamérica.
Pese a la esperanza que despertó entre los llamados “palestinos” el anuncio de la nueva disposición, por lo que se ve, aunque La Habana es anunciada como la capital de todos los cubanos, parece que algunos cubanos son más cubanos que otros.
Las prostitutas provenientes de la región oriental, los jornaleros que vienen a trabajar para los agricultores privados por veinte pesos diarios, los vendedores de cualquier cosa, los reparadores de lo que sea, esos, igual que los indocumentados mejicanos, siguen siendo expulsados, multados y advertidos de no regresar porque en las cuarterías y “llega y pon” periféricos no cabe nadie más; les quitan el poco empleo existente a los que ya residen aquí, les toman la poca agua que no se pierde en los salideros callejeros, abarrotan los cada vez más escasos ómnibus y provocan molestos apagones con sus “tendederas” y bombillos incandescentes.
La legislación cubana está tan cargada de prohibiciones, que hasta parece normal que a los nacionales se les nieguen derechos naturales considerados sagrados para los inmigrantes mejicanos en Arizona o los africanos en Europa. Si lo vemos bien, la controvertida ley anti inmigratoria de ese estado norteamericano es menos discriminatoria que el Decreto 217 con todo y la modificación de marras.
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