Chávez está mal de salud, muy mal, tan mal que ya prepara la
sucesión, pero Nicolás Maduro, el elegido, no está maduro, su expresión ante
las cámaras lo decía todo, miedo, estupor, incertidumbre. No es lo mismo medrar
a la sombra del líder que, de la noche a la mañana convertirse él mismo en
líder; sin carisma, sin experiencia, sin conocimientos, es el clásico embarque
en una Venezuela dividida aunque el Presidente del país clame por la unidad,
mientras ignora olímpicamente a más de la mitad de los venezolanos que no votó
por su proyecto político.
El mayor peligro para el inmaduro Nicolás no está en la oposición
democrática venezolana, sino en las propias filas del chavismo, de donde
lloverán zancadillas, deserciones y las múltiples interpretaciones del
socialismo del siglo XXI que a fin de cuenta nadie de ellos sabe qué cosa es.
De otro lado, La Habana tratará de teledirigir en su
provecho el proceso político venezolano, lo que incomodará a tirios y troyanos
en aquel país que aun goza de democracia por mucho que Chávez la haya apaleado.
Entre unos y otros, si el hoy Canciller y
Vicepresidente, no madura, al menos
quedará bastante apolismado.
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