El pegajoso ritmo que invadió Cuba con letras que reflejan
la otra cara de la cultura nacional, ha sido prohibido. El totalitarismo es
así, ayer fue el Rock el peligro, hoy lo es el Reguetón, y la jerarquía cultural se abroga el
derecho de decidir sin miramientos si un tipo de música puede ser escuchada o
no, con independencia de cuan popular sea.
Es cierto que las letras, o como les llaman los propios
cultivadores del género, “la lírica”, se las trae y que “los mejores
bolígrafos” del país no parecen haber cursado más allá de la enseñanza
primaria, pero en ningún caso es su culpa, son resultado de la sociedad en que
les tocó nacer y desarrollarse, la de la justicia plena en el pueblo más culto
del mundo.
Junto con el Hip-hop y el Rap, el Reguetón formó la triada
de la música preferida por jóvenes de
todos colores, varones y hembras, desde un año de edad en adelante. Constituyó
la alternativa menos contestataria de los tres, pero a su vez, la más grosera.
A los dos primeros se les ha marginado y cerrado la posibilidad de manifestarse
públicamente, y de forma paulatina el Reguetón ganó espacio… hasta ahora.
A partir de este momento, escuchar ese tipo de música será
un acto mal visto y hasta perseguido, como lo fue ir a la iglesia, tener
dólares o usar pantalones estrechos. El Quinquenio Gris no fue sólo un
quinquenio, la intolerancia es consustancial al comunismo mientras dure.
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