Los que defienden la herencia dejada por nuestros próceres
independentistas, no tienen en cuenta que ninguno de ellos era socialista, todo
lo contrario, eran capitalistas en ciernes que defendían su derecho a ser más
prósperos, libres de comerciar con quien les viniera en ganas y no con la
metrópoli española lastrada por el atraso tecnológico y la corrupción de sus
militares y políticos.
Independencia y liberalismo venían a ser la misma cosa para
aquellos hacendados, el monopolio impuesto por la corona los tenía asfixiados y
por esa razón se alzaron. Para nada pensaron en los indios, ni en los negros
traídos como herramientas de trabajo; aquellos ilustres señores fueron en
realidad la matriz de las oligarquías caudillistas que han asolado la América
nuestra, como la llamara Martí.
El socialismo del siglo XXI hoy de moda en América Latina,
no es más que otra versión de todos los males unidos en uno: monopolio estatal,
caudillismo político y clientelismo, explotación y engaño de los más pobres,
usados y manipulados según los intereses de cada cual.
Esto a pesar de que el socialismo o economía estatal
planificada, ha demostrado sobradamente su incapacidad de producir bienes
suficientes y de calidad. La República Popular China dejó a un lado los
pruritos populistas del tercer mundo y se sumó al tren de la economía de
mercado con todos los riesgos y beneficios que esto acarrea. Como resultado,
China se ha convertido en pocas décadas en una potencia económica de primer
orden.
Otra cosa es la democracia, que no hay que confundir con la
economía de mercado; democracia es tener leyes justas que no coarten las
libertades individuales, sino que las protejan, acceso a la información,
derecho al debate y al ejercicio del control y la crítica de la gestión gubernamental;
democracia es poder elegir mediante el voto libre y directo al presidente del
país y no aceptar uno designado por un partido divorciado del pueblo;
democracia es equilibrio de los tres poderes del estado: poder judicial, poder
legislativo y poder ejecutivo, independientes entre sí y al servicio de los
ciudadanos.
Como vemos, volviendo al caso del modelo chino, han arribado
por fin al tan odiado capitalismo… sin democracia. Mientras, en América Latina
la experiencia ha sido una longaniza de democracias frustradas por la
corrupción, al no existir un sistema jurídico que proteja, tanto a las
instituciones creadas, como a los ciudadanos.
La política latinoamericana es como un tiovivo de feria dando
vueltas en el mismo lugar, de vez en cuando algunos bajan, o son bajados, para dar paso a otros que se creen dueños del
caballito hasta que se caen.
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