Los Comités de Defensa de la Revolución, es una organización
producto de la efervescencia
revolucionaria y el romanticismo ingenuo del pueblo, manipulado por su líder
máximo con fines aviesamente antidemocráticos.
Hoy, ese organismo que lo mismo ha servido para realizar
campañas de vacunación anti polio, guerra contra los mosquitos, y mítines de
repudio (golpizas incluidas) a los opositores pacíficos, es exhortado a actuar
con firmeza ante las manifestaciones de delito e indisciplina social en cada
barrio.
Los CDR, como se les conoce popularmente, son una red
nacional que alcanza la cifra de 133, 000 dependencias con una membrecía de 8
millones de cubanos a partir de los 14 años de edad. La pertenencia o no a la
organización puede ser determinante a la hora de acceder a puestos de trabajo
de cierta importancia.
Su labor fundamental es la de vigilancia, aunque esta, como
cualquier otra tarea revolucionaria, se ve relegada por la búsqueda de
soluciones a las necesidades más elementales que ocupa la mayor parte del
tiempo y las energías de la población.
Es precisamente una buena parte de esos 8 millones de
cederistas, la que comete indisciplinas
sociales y delitos, sobre todo económicos; son cederistas los que llaman eufemísticamente
al robo “lucha”, los que llenan las
cárceles desde edades tempranas, los que rompen los teléfonos públicos y
apedrean los ómnibus, los que se van de su patria para donde sea, porque aquí no
tienen esperanzas.
Empresa difícil la que espera a la presente generación de
miembros de los CDR, denunciar a los propios hijos, al esposo, al padre y a la
madre que “luchan” día a día para
traer al fogón algo que no sea arroz y picadillo de soya, o comprarle los tenis
y la mochila al más pequeño de la casa que empieza el curso escolar lleno de
ilusiones.
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