Los americanos le inocularon el cáncer a Chávez. Pueril,
ridícula o perversa, la acusación de Nicolás Maduro, presidente conductor de la
república de Venezuela, es otro ejemplo de la falta de madurez de estos
dirigentes latinoamericanos, creados a imagen y semejanza de su ídolo caribeño.
Ante lo inevitable que se niegan a aceptar, en un momento de
tamaña seriedad, no se le ocurre otra cosa al heredero chavista que culpar al
clásico “totí”. En realidad le otorga a las agencias de espionaje
norteamericanas un crédito inmerecido.
Hugo Chávez, con todo y sus gestos grandilocuentes, sus
petrodólares y sus expresiones
antiimperialistas dirigidas a las gradas, no fue más que un remedo de Fidel
Castro, su mentor. De haber tenido los norteamericanos el interés, la
posibilidad y la capacidad para inocular el cáncer a alguien, el escogido, con
toda seguridad, habría sido el barbudo de Birán.
Fidel Castro regó sus tropas por todo el planeta, sembró
América de guerrillas, desestabilizó gobiernos, plantó espías en todo el mundo
incluidos los propios Estados Unidos, fusiló, derribó aviones tripulados por
ciudadanos norteamericanos, amenazó aquel país con armas nucleares y, según
autoridades estadounidenses, Cuba participó en la conexión que permitía el
tráfico de drogas hacia el país del norte.
A pesar de semejante
currículo, los supuestos atentados o planes de atentado al dictador cubano, forman un rosario de idioteces,
incompetencias y fantasías que han servido para destacar su figura megalómana sin haber sufrido siquiera un rasguño.
Quizás sea la presión a que se ve sometido por la empujadera
que se avecina, o a sugerencias mal intencionadas de la inteligencia cubana,
pero Maduro empieza con mal pie con esta acusación festinada. ¿Creerá que los dictadores están exentos de morir por
causas naturales?
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