martes, 12 de marzo de 2013

De Tal Palo Tal Astilla.




Los americanos le inocularon el cáncer a Chávez. Pueril, ridícula o perversa, la acusación de Nicolás Maduro, presidente conductor de la república de Venezuela, es otro ejemplo de la falta de madurez de estos dirigentes latinoamericanos, creados a imagen y semejanza de su ídolo caribeño.
Ante lo inevitable que se niegan a aceptar, en un momento de tamaña seriedad, no se le ocurre otra cosa al heredero chavista que culpar al clásico “totí”. En realidad le otorga a las agencias de espionaje norteamericanas un crédito inmerecido.
Hugo Chávez, con todo y sus gestos grandilocuentes, sus petrodólares  y sus expresiones antiimperialistas dirigidas a las gradas, no fue más que un remedo de Fidel Castro, su mentor. De haber tenido los norteamericanos el interés, la posibilidad y la capacidad para inocular el cáncer a alguien, el escogido, con toda seguridad, habría sido el barbudo de Birán.
Fidel Castro regó sus tropas por todo el planeta, sembró América de guerrillas, desestabilizó gobiernos, plantó espías en todo el mundo incluidos los propios Estados Unidos, fusiló, derribó aviones tripulados por ciudadanos norteamericanos, amenazó aquel país con armas nucleares y, según autoridades estadounidenses, Cuba participó en la conexión que permitía el tráfico de drogas hacia el país del norte.
A pesar de  semejante currículo, los supuestos atentados o planes de atentado al dictador  cubano, forman un rosario de idioteces, incompetencias y fantasías que han servido para destacar su figura megalómana  sin haber sufrido siquiera un rasguño.
Quizás sea la presión a que se ve sometido por la empujadera que se avecina, o a sugerencias mal intencionadas de la inteligencia cubana, pero Maduro empieza con mal pie con esta acusación festinada. ¿Creerá que  los dictadores están exentos de morir por causas naturales?

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