Leo en el diario “Granma” órgano oficial del partido
comunista de Cuba, una reseña sobre Sergio González López, combatiente de la
lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista. En la misma se hace mención de
que en plena época dictatorial, “El Curita” poseía una imprenta heredada de su
hermana, nada menos que en la céntrica Plaza del Vapor ubicada en Reina y
Galiano. Dicha imprenta, lo dice el “Granma”, la puso al servicio de las denuncias
contra el régimen después del golpe de estado del 10 de marzo de 1952.
Batista no le cerró la imprenta sino hasta el año 57, ni fue
detenido por las publicaciones que allí se editaban. Los problemas de Sergio
González López con la tiranía comenzaron cuando se metió a terrorista.
El hecho más descollante en la vida revolucionaria de “El Curita”,
Jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, fueron la cien bombas que
puso la noche del 8 de noviembre de 1957 en La Habana, lo cual no se menciona
en el artículo. Es injusto escamotearle a estas alturas el mérito de haber
puesto en peligro las vidas de ciudadanos pacíficos que cada noche acudían con
sus familias a parques y cines, o a tomarse unos tragos en compañía de algunos
amigos; fueron escogidos precisamente estos lugares para que el terror pasara a
formar parte de la vida cotidiana de todos los cubanos.
En la Cuba revolucionaria por la que luchó, por publicar una
carta en contra del régimen, le hubieran aplicado la Ley 88 con todas las
consecuencias de prisión, persecución y exilio que esta conlleva, y colocar un petardo lo hubiera
llevado al paredón de fusilamiento en menos de setenta y dos horas.
Isabelita, la hija entrevistada, puede haber quedado “consternada” no por lo difícil de
describir La Habana de 1958, sino que después de tantos años, alguien venga a
recordarle que su padre fue un terrorista.
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