Al fin habló Carromero, pudo más la vergüenza que el miedo.
Los métodos puestos al desnudo en sus declaraciones, son los mismos que han
utilizado las fuerzas de la Seguridad del Estado cubana desde siempre, para disuadir opositores testarudos.
Oswaldo Payá era una espina atravesada en la garganta del
régimen, y llevaron hasta el extremo las medidas para impedir que el movimiento
por él liderado pudiera extenderse. Cuando se usa la violencia no se pueden
predecir las consecuencias. Embistieron el auto para sacarlo de la carretera y
a partir de ahí sólo los ejecutores y sus jefes saben qué pasó con las víctimas.
De cualquier manera, todo lo que siguió a continuación fue
un crimen sobre otro, como una matrioska de la barbarie: asesinato, secuestro, tortura,
extorsión. Al igual que en el caso del remolcador 13 de Marzo, los sicarios se
vistieron de largo y puede que los ejecutores hayan sido condecorados en
secreto por servicios prestados al socialismo.
Ahora corresponde al gobierno español y a la Unión Europea
decidir qué actitud seguir con los
dictadores cubanos, al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas
pronunciarse e investigar este caso escandaloso; pero por desgracia, nada de
esto va a ocurrir, las tiranías izquierdistas están en estado de gracia y la cubana va a la cabeza. Lo que sería
digno de sanción internacional en cualquier lugar del mundo, al tratarse de
Cuba pasa inadvertido. Las democracias europeas, salvo honrosas excepciones,
tienden a olvidar con demasiada rapidez lo que ocurre en este rincón.
A Carromero le toca vivir en la zozobra de en qué momento la
larga mano de la Inteligencia cubana le pasará cuenta por incumplir el trato.
Otro accidente o una repentina enfermedad pueden cerrar el capítulo.
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