El domingo 30 de junio se rompió la
maldición sobre la pelota de las Grandes Ligas Norteamericanas en la televisión
nacional. Algo ocurrió, unas llamadas telefónicas de un aficionado por aquí,
algún que otro artículo referente al asunto en la prensa digital independiente,
y como por arte de magia se cayó el muro.
Al ser excomulgado el deporte profesional
de la isla, por decisión unilateral de quien lo decidía todo en Cuba, la pelota
de Grandes Ligas pasó a ser un enemigo más de la Revolución, nadie se lo pudo
explicar nunca y nadie se atrevió a pedir razones de semejante disparate;
quizás todo tuvo su origen cuando el otrora joven estudiante fue rechazado por
los caza talentos del deporte rentado debido a su ineptitud, o a su odio
visceral a Norteamérica. Lo cierto es que debido a la brillante y revolucionaria
medida de levantar una muralla alrededor del deporte, la calidad de la pelota cubana
se alejó cada vez más de la realidad circundante.
Amparado en el espejismo creado al competir
los peloteros profesionales y mal pagados del patio con los imberbes
peloteros-estudiantes del norte, o con los trabajadores-aficionados a la pelota
de otras partes del mundo, se creó el mito de la invencibilidad de los equipos
cubanos de béisbol. De pronto, todo se derrumbó, Cuba dejó de coleccionar
campeonatos cuando los profesionales de otras partes del mundo incursionaron en
las competiciones que de fiestas patrias pasaron a ser fechas de duelo nacional.
La señal que llega es clara, el gobierno
cubano necesita ideas, su manantial de pensamiento está seco hace decenios y es
la ciudadanía la que puede aportar ideas frescas a un sistema momificado basado
en las elucubraciones, fantasías y caprichos de una sola persona llena de odios
y resentimientos.
Lo que hace apenas un mes era considerado
un sueño imposible por los conocedores del tema, hoy es realidad como si
siempre hubiera estado ahí, justo en Tele Rebelde, el canal de los deportes. Los
mismos locutores aparecen tan tranquilos narrando un partido entre los Bravos
de Atlanta y los Nacionales de Washington. ¿Dónde estaba entonces el peligro?
¿Qué cambió en los comentaristas deportivos? ¿Dejaron estos de ser cubanos?
¿Dejarán los industrialistas a su equipo, por seguir a los Tigres de Detroit? Esto
demuestra que las censuras y prohibiciones absurdas padecidas por los cubanos a
lo largo de más de medio siglo, han sido, en el mejor de los casos, aberrantes
comeduras de mierda.
Ahora falta el otro paso, televisar
partidos donde aparezcan la docena o más de cubanos que ponen el nombre de Cuba
bien alto en las ligas mayores, los que harán olvidar la vergüenza de perder o
ganar con apuros ante equipos sin historia, y mirar adelante, a un futuro con
peloteros bien alimentados, bien entrenados, y mejor pagados.
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