Como ocurrió en el caso del marabú, el
Presidente se acaba de enterar que los niveles de corrupción y mala educación
entre la población cubana son olímpicos. Lo que la prensa independiente se ha
encargado de denunciar durante decenios y
últimamente algunos amigos ingenuos del régimen, hoy forma parte de otra
campaña en la que los gobernantes se quitan de encima la responsabilidad, y
como por arte de magia hacen aparecer ante la opinión pública los efectos
como causas. Los valores éticos y las buenas costumbres fueron
declarados valores y costumbres burguesas y por ende, proscrita su práctica por
ser contrarios a los principios revolucionarios y marxistas leninistas. La
acción concertada de todos los factores sociales será inútil cuando los
encargados de revertir los males son ellos mismos portadores de estos.
Entre las transformaciones que el proceso
iniciado el 1° de enero de 1959 ha traído a Cuba, están precisamente estas, que junto a la improductividad, conforman el
modelo socialista cubano. En los primeros años de la República se hizo famosa
una frase muy afín con el sentido moral imperante en la época, “Tiburón se
baña, pero salpica”, en la Cuba de hoy, los tiburones son muchos, y las
salpicaduras alcanzan todos los niveles de la sociedad.
De ahí que a partir del acceso al trono de
Castro II, los decapitados por corrupción se cuenten por decenas entre la
dirigencia partidista, y pueden estar seguros que la saga de delincuentes de
cuello blanco continuará, pues no es la falta de control ni la indisciplina
social lo que provoca la malversación, sino el mal ejemplo, la miseria
imperante y la falta de transparencia.
Los delitos de carácter económico ocupan
los primeros lugares en la tasa de criminalidad del país, y no puede ser de
otro modo en un lugar donde hay un único dueño al que todos se sienten con
derecho a arrebatarle algo de lo usurpado, vaya, algo así como aquello de que
“ladrón que roba a otro ladrón tiene cien años de perdón”.
Este dueño acaba de declarar en la voz del obeso
vicepresidente del Consejo de Ministros, Marino Murillo Jorge, que “el 81% de
la tierra es propiedad del pueblo, representado por el Estado” (sic, versión
taquigráfica del diario Granma). Expresión
más cínica es difícil de hallar en el discurso de un dirigente, aunque es
habitual entre los jefes en Cuba. Hace años, en una asamblea de servicios donde
uno de los temas a debate era la calidad de la comida en el comedor obrero, el
representante de la administración en la mesa, sostuvo que el almuerzo ofertado
sí era opcional aunque el menú
consistiera solo en huevo frito, chícharos y arroz. La opción para este
personaje consistía en que el trabajador era libre de decidir si se lo comía o
no.
El Presidente cubano, en su discurso ante
la Asamblea Nacional, no ha hecho otra cosa que repetir lo que aparece a diario
en la prensa independiente, aunque sin dar el crédito de las denuncias a los
llamados “mercenarios”, ¿de dónde sino extrae la información que los
periodistas oficiales no se atreven o no les es permitido publicar?
Ahora los cubanos deben prepararse para
otra ofensiva revolucionaria en la que decir coño puede ser penado o merecer
aunque sea un mitin de repudio (sin malas palabras, por supuesto), y salir del
aula con un mocho de tiza en el bolsillo puede conllevar la expulsión del
sistema de educación.
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