Ante la demora en la
implementación de los acuerdos comerciales suscritos entre Cuba y Rusia, el
Ministro Cabrisas se va de viaje. Ni las inversiones prometidas ni venta de
equipos ni préstamos, no obstante, ahora los rusos quieren vender armamento
moderno al gobierno cubano, cuando hace menos falta que nunca porque si antes
de Obama los americanos hacía muchos años que no le tiraban a los Castro ni una
trompetilla, ¿a que vienen esas armas en plena luna de miel?
Por tres décadas Cuba fue
el hijo mimado de la Unión Soviética, socio privilegiado con precios siempre
favorables para el principal y casi único producto salido de la isla además del
níquel. Los soviéticos nunca fueron grandes consumidores de los finos habanos
ni de los rones cubanos, a fin de cuentas, ellos tenían sus propios cigarrillos
con boquilla de cartón hechos para pulmones y gargantas blindados, y su
producción de vodka siempre fue abundante.
La importancia de la
mayor de las Antillas para la patria de Stalin era más política y militar que
económica o comercial. Los soviéticos bien podían pasárselas sin azúcar, pero
no sin un enclave estratégico frente a las costas de su principal enemigo, y
esto merecía algún sacrificio, aunque fuera a riesgo de que la diabetes se
convirtiera en la enfermedad oficial del imperio.
A cambio de azúcar y níquel
y tener una base de submarinos, un centro de espionaje y alguna que otra base
militar, Cuba recibía alimentos, armas, tractores, fertilizantes, combustible, fábricas
y maquinarias, asesoramiento técnico y todo lo demás que necesita un país para
funcionar. Hasta misiles nucleares y una constitución dieron los soviéticos
a Cuba, cierto que los misiles eran
prestados, aunque aquí se los hayan creído en serio.
Como los tiempos han
cambiado, hoy el Ministro cubano Ricardo Cabrisas deambula por oscuros rincones
de Rusia y escucha las ofertas de venta de los capitalistas salvajes en que se
han convertido los antiguos camaradas; camiones, helicópteros, tecnología rusa
de transporte y comunicaciones, etc.
A cambio, Cabrisas lleva
una cartera repleta de quejas y peticiones; que si no compran ron ni tabaco,
que si los turistas rusos cada vez vienen menos por la isla y se pierden el sol
y los malos tratos que reciben en las instalaciones hoteleras, que si los rusos
no se quieren atender las úlceras del pie con el Heberprot-P, que si los
mariscos del Caribe son más mariscos que los del Caspio, en fin, que los rusos
aparentemente no toman en serio el comercio con un país que tiene poco que
vender y menos aún con que pagar lo que compren. ¿Cuántas langostas por un
helicóptero? ¿Cuántas botellas de Havana Club y cuantas cajas de Cohiba valdrá
un camión ruso? ¿Serán las mismas langostas prometidas a los americanos las que
el ministro cubano quiere vender a Moscú? ¿Habrá Cohibas para todos?
La condonación de la
gigantesca deuda que Cuba tenía con la Federación Rusa, heredera de la extinta
URSS, es el recordatorio para los nuevos socios capitalistas de que en el
gobierno cubano no se puede confiar, ni un tantico así.
Quizás si en lugar de ser
un ministro, la visita a los empresarios de aquel país la realizaran
empresarios privados cubanos, los “bolos”, como cariñosa o despectivamente eran
llamados según las circunstancias, se relajarían.
De ahí la gran probabilidad
de que el Ministro Cabrisas traiga a su regreso un contenedor de promesas
rusas, unas palmaditas afectuosas y muy poco de lo que fue a buscar, porque los
rusos tienen sus propios problemas y no están para nostalgias ni amores idos.
Tú ganas y yo gano, dicen los chinos; negocios son negocios, enseñan en otras
partes del mundo; ayúdame, ayúdame, dicen los gobernantes cubanos ahogándose en
sus propios fracasos.
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