¿Es suficiente la
existencia de leyes democráticas para vivir en democracia? En apariencias,
debería bastar la promulgación de unas
cuantas leyes que hicieran olvidar lo antes posible la prolongada etapa
dictatorial sufrida; una nueva constitución basada en los Pactos de las
Naciones Unidas sobre Derechos Civiles, Políticos, Económicos, Sociales y
Culturales, una ley penal ajustada a un estado de derecho, en el cual se
respete y proteja la vida, la libertad y la propiedad, leyes civiles que
estimulen la inversión y el emprendimiento, y así todos felices en un paraíso
legal celebrando elecciones cada cuatro años para elegir a los gobernantes
mediante el voto directo sin importar el partido a que pertenezcan.
Pues no, las nuevas leyes
no van a convertir de la noche a la mañana las mentes totalitarias e
intolerantes en mentes abiertas prestas a escuchar las opiniones ajenas con
respeto, aceptar los propios errores y participar del debate sin tener en cuenta
los niveles de testosterona que cada cual crea tener o el historial anti lo que
sea. No me refiero en este caso a los gobernantes actuales o a los miembros del
partido comunista tan dados al despotismo. El caso es más serio de lo que
parece porque después de cincuenta y seis años de dictadura comunista,
cualquier venido a menos se erige en poseedor de la verdad absoluta y
excomulga, decreta, sanciona y excluye a quien se le antoje de futuras e
hipotéticas asambleas constituyentes y
gobiernos de transición frutos de su imaginación calenturienta y no de un
análisis desapasionado de la realidad.
Hay por ahí líderes opositores que incurren en el error de creerse llamados por el destino o
los dioses para disponer desde ahora quiénes los acompañarán en la formación de
asambleas y gobiernos. Para ser opositores del castrismo son demasiado
parecidos en argumentos y poses a los personajes que hemos sufrido por más de
cinco décadas.
Si se suma a esta actitud
el divorcio entre el discurso opositor y los intereses del ciudadano de a pie,
vemos que las perspectivas a corto y mediano plazo para formar partidos
políticos viables son pocas, se requiere un cambio en la forma en que la
oposición se ve a sí misma, un cambio de arquetipos que los aleje de las
tendencias totalitarias heredadas, a la vez que un trabajo de proselitismo
entre la población, con programas atractivos en los que se tenga en
consideración las necesidades de la gente humilde y no solo los grandes
proyectos en los que las mayorías no se ven reflejadas aunque sean aplaudidos
en las grandes ciudades del mundo.
Más que de políticos,
como diría un colega, la oposición cubana está compuesta de politólogos,
estudiosos de la política, conocedores de cada vericueto de la situación cubana
por dentro y por fuera, llenos de amores patrios y vacíos de ideas
constructivas. La postura de un número importante de opositores se reduce a
“los Castro y los comunistas tienen que dejar el poder, tienen que irse”, lo
cual no deja espacio para posiciones intermedias ni transiciones pacíficas pues
a los Castro y los comunistas por su parte, solo les queda una opción, están
renuentes a dejar el poder y mucho menos irse a ninguna parte.
En realidad el
planteamiento de la retirada voluntaria de los gobernantes suena bastante infantil,
cuando en realidad lo que hay que exigir al gobierno es el diálogo y la
negociación con el fin de encontrar soluciones sin que se produzcan vacíos de
poder ni explosiones sociales ni invasiones salvadoras. Aunque cueste
admitirlo, la oposición cubana debe madurar como ente político para poder
cumplir el papel que le corresponde como factor promotor del cambio.
La ciudadanía está
esperando por los líderes que salgan de su propio vecindario, preparar estos
líderes es tarea de la oposición pacífica y lo que se haga o no se haga en este
sentido es de su absoluta responsabilidad, la dinastía castrista no va a
moverse ni un centímetro hacia la democracia si no se le empuja y el empujón
tiene que ser desde abajo.
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